Y viste a los hijos de tus hijas, y
tus hijas fueron como renuevos de olivo alrededor de tu mesa, Gerardo.
Un maravilloso funeral celebramos el viernes en el santuario
de Schoenstatt de Pozuelo de Alcarcón para pedir por el eterno descanso del
alma de Gerardo Carrión Oria, sí, pero también para celebrar su larga vida.
Quizás por ser alguien que se sabe no tanto herido de muerte como de Vida, me
voy a permitir el lujo de confesar que vivo los acontecimientos luctuosos de la
gente que quiero con una serenidad y una paz difíciles de explicar. En este
caso ni Gerardo, ni Tille -fallecida hace ya 30 años- ni sus hijas, son unas
personas cualesquiera. Son parte de mi propia historia. Ana, la pequeña de las
cinco es uno de mis tres más antiguos amigos y uno es en gran medida
quien es gracias a los amigos, a través de los amigos y a pesar de los amigos.
De esos que lo son de verdad y se enraízan en uno mismo, como es el caso. Uno
aprende a caer, a crecer, a querer y a levantarse con los amigos; a caminar, a
sobrevivir. Y aunque los pasos naturales de la propia vida no nos lleven por el
mismo camino, no quiere decir que no sean acompasados.
En este caso, además, lo es la familia casi al completo. Recuerdo
que la primera vez que bailé fue en su casa en una fiesta para su prima
Cristina y con su hermana Mariuca (muerto de vergüenza). Sus padres eran mucho,
muchísimo más que los padres de unos amigos más. A Tille la quería una
barbaridad. Pedreña, incluso alguna competición de coches Marcelino/Ciano de
vuelta a Santander con parada para recoger moras. Recuerdos, montones de recuerdos
que se agolpan en el corazón y la memoria. Recuerdos que me asaltaban la otra
tarde en Shoenstatt, recuerdos como simples oraciones por Gerardo y por Tille
cuando Ana publicó en Instagram un breve corte de su padre en el “Mariuca” en
la bahía de Santander. Para rezar en ocasiones no hace falta hablar, a veces
solamente basta recordar con cariño.
El lunes pasado, en la sala de Onco Health de la Fundación
Jiménez Diáz, mientras me insuflaban la primera dosis de inmunoterapia, rosario
en mano, pasaba las cuentas recordando. Sin nostalgia. Hay situaciones de la
Vida en las que es bueno abrazar a los recuerdos, cuidarlos, mimarlos, porque
esas vivencias que recordamos son regalos de Dios, regalos que en algún instante
nos hizo y quedaron grabados en nuestra memoria y nuestro corazón. De muchos de
esos momentos Gerardo, Tille y su prole fueron protagonistas para mi y para una
gran parte de quienes rezábamos por él y arropábamos a sus hijas el viernes. Y entre los dedos de mis manos, mientras deslizaba las cuentas del rosario ajeno a que Gerardo se preparaba para entregar su alma al Altísimo, con uno de esos recuerdos venía el susurro de un "barbarroja", como me llamaba la guapísima Tille.
Una vida larguísima y fructífera, una parte de mi Santander
que desaparece y de la que a penas quedan cuatro o cinco personas. La flor de
la canela de un mundo que debería perdurar en la memoria de la historia.
Gerardo, ya has visto cara a cara a
tu Redentor, que goces de la contemplación de Dios por los siglos de los
siglos.