15 de septiembre, día mundial del linfoma. Pues eso. Nunca he sido nada de “días internacionales” absolutamente nada; nada de nada.
Pero este año me ha tocado a mi, de modo que aunque solamente sea en esta ocasión, aquí está mi microgranito de arena para dar visibilidad al linfoma, al muy poco habitual cáncer que me ha tocado en el sorteo de enfermedades raras: Macroglobulinemia de Waldenström
Lo primero que quiero decir es que me encuentro razonablemente bien y que, teniendo en cuenta las otras tres opciones que se barajaban estoy simplemente feliz.
Las formas de reaccionar cuando a uno le van barruntando que tiene algún tipo de cáncer, son tan variadas como enfermos de cáncer hay. Cualquier reacción es o puede llegar a ser comprensible y no somos quienes para juzgarlas. Eso que quede claro. Por lo tanto, la mía también.
Yo siempre he preferido ponerme en lo peor, que de ahí sólo se puede mejorar (es mi manera de afrontar las dificultades). Y así hice hasta el diagnóstico definitivo, donde MW ganó la carrera. Lo primero que pensé es que he tenido una vida magnífica (con todos los altibajos que se quieran y con etapas duras), pero estupenda en su conjunto. Una familia incomparable, unos muy buenos amigos (incluso los que salieron en desbandada o aquellos de quienes simplemente no sé nada, cada uno lo fue en su momento; la permanencia, como en el amor, es un acto de la voluntad)… 56 años plenos. Siempre he tenido claro que me voy a morir, por mucho que no tuviera ni idea ni del día ni de la hora (tampoco ahora). Y siempre he tenido una fe clara, aunque no sea ni haya sido ningún angelito. Creo sinceramente que esto último (la fe), además de la educación vivida y mi propio carácter, marcan la diferencia. La posibilidad de que mi paso por aquí tuviera un final cercano me producía una tristeza infinita por mi madre de 89 años, por encima de mis hijas o mi mujer. Mis hijas tienen ya 18 y 16 y la mejor madre que uno pudiera imaginar; mi mujer, a quien la propia vida le ha hecho tremendamente recia, la edad y el carácter suficientes para sobreponerse. Pero para una madre sobrevivir a un hijo no es algo precisamente fácil. La pena era por ellas, no por mi.
Desde el minuto uno decidí no dedicar ni un pensamiento al pasado, que está acogido a la Misericordia de Dios, y encarar el futuro no con tranquilidad, con alegría, pensando en la inmensa suerte de poder prepararme al máximo con una tranquilidad inexplicable. Encomendé oraciones a un puñado de mis Redentoristas y a algún otro sacerdote. La reacción inmediata del P. Ortiz, la conversación serena y clara con el P. Caballero, las palabras del P. López, el consuelo profundo, realista y sereno del P. Chacón, la oración de monseñor Vidal. Y algunos amigos como Miguel, Ana, Almudena, Rafa, Gonzalo o Suyapa quienes estuvieron presentes en el momento de la incertidumbre, y José Manuel un extraordinario compañero de trabajo. Y por supuesto María, siempre María, mi mujer. Y yo encomendándome al venerable P. Francisco Barrecheguren, por aquello de que los dos somos redentoristas y ambos estábamos necesitados de un milagro, él para conseguir su beatificación (https://www.barrecheguren.com/p-barrecheguren-cssr ). Llegado a este punto me ocurrió – y me sigue ocurriendo- algo un tanto peculiar y es que no me atrevía a pedir que desapareciera el bicho; sólo le pedí tiempo, que me concediera tiempo para dejar al menos a mis hijas con las carreras terminadas. Eso fue lo que pedí. Por lo demás decidí no preocuparme lo más mínimo por aquello que no estaba ni está en mi mano.
Y mientras, las niñas con su verano, su JMJ, sus viajes y todo lo propio de sus edades. No quería generar a nadie más ansiedades innecesarias hasta la sentencia definitiva. Entretanto fuimos los cuatro a Santo Toribio de Liébana -éste es Año Santo lebaniego- a ganar el jubileo. Me confesé allí y fue simplemente extraordinario. Y una Paz que espero no perder. Y una felicidad y Esperanza por el futuro esperado cuando todo esto acabe que confío en que perdure.
Llegó el 7 de agosto, y en la Fundación Jiménez Díaz nos dieron el diagnóstico, Macroglobulinemia de Waldenström, un cáncer de sangre muy poco frecuente. No tiene cura, pero si muy buenas opciones de tratamiento y tiende a hacerse crónico. Con lo que el futuro, a no ser que Dios decida otra cosa, parece que por el momento seguirá por aquí…. Comunicar a mi madre, a mis hijas, a mis amigos más cercanos esta noticia fue algo magnífico, porque lo que se manejaba podía haber sido algo más inmediato.
Pero soy consciente de que no todos reaccionan de la misma manera por lo que os pido hoy que recéis por los asustados, por quienes están o se sienten solos, por quienes no tienen fe, por los médicos y los investigadores, por hematólogos y oncólogos.
Esta es mi manera de encararlo. Sin miedo a la palabra cáncer. Sin miedo al futuro, corto o largo. Ni una batalla que vencer, ni un partido que ganar. Simplemente, cada día un día por vivir; cada día una eternidad. Y el resto, todo, en manos de Dios.
Y después, a quienes aquí queden les seguirá visitando cada mañana el Sol que nace de lo alto…
Así que, aún continúo scalando en Familia.