Un año más la pequeñez, la vulnerabilidad de Dios sale a nuestro encuentro se nos regala de una manera sorprendente. Año a año y, sin embargo, siempre de una manera nueva, siempre una nueva oportunidad tras las caidas e infidelidades precedentes.
No deja de sorprenderme su fidelidad para conmigo, para con nosotros sean cuales sean nuestras circunstancias. Ya en Adviento se me fueron presentando signos, a veces con caminos tortuosos e insospechados, en esta ocasión noticias médicas poco alagüeñas contrarrestadas por la cercanía y compañía en las redes desde el otro lado del charco. Años evangelizando en las redes y este Adviento el acompañado he sido yo de una manera original y caprichosa en la forma y el acento. Yo agradecido mientras a buen seguro Él sonríe.
Me acerqué anoche a la misa del Gallo por primera vez con bastón y con el corazón cargado de más nombres. Es curiosa la disposición que tenemos algunos al apego o afecto por los hermanos, llevo en mi corazón y recuerdo con nitidez no solamente a quienes han formado parte de mi vida de una manera sólida y sostenida en el tiempo, también rotros sin nombre de peregrinos acogidos en el Camino de Santiago durante los períosdos de servicio en Casa San Alfonso, a muchos anónimos que se acercaban a mi a través del Blog, o muchos de los indigentes sin hogar enfermos a quienes acompañaba a médicos u hospitales. Están tan dentro de mi corazón que son, sobre todo éstos últimos, quienes de algún modo me acompañan a mi en esta nueva etapa de mi vida. Una suerte de conocimiento con que el Señor nos bendice para llegar al afecto; quizás un don. El caso es que este año, en PS, ante el Pesebre mi corazón rebosaba nombres. Y agradecimiento.
La felicidad compartida en comunidad ese día es dificil de explicar. Mis hijas han ido creciendo año tras año ante el mismo Pesebre, compartiendo al acabar el chocolate caliente -sin gluten- en #Familia. Este año, que también tuvimos gracias a Dori un trocito casi en privado de La Mula, recordamos a quienes no pudieron acompañarnos.
Nunca, nunca, nunca me cansaré de dar gracias al Señor por mi vida, por mi mujer, por mis hijas, por mi familia, por mi Comunidad Redentorista, por quienes me rodean y acompañan desde cerca o desde lejos. La cuestión es si yo, desde las miserias de mi propia pequeñez soy capaz de ser al menos un tímido reflejo del amor de Dios para los demás, también tanto para los de cerca como para los de lejos, si bien el prójimo es precisamente el más próximo.
Que sigamos juntos scalando en Familia, sosteniéndonos, orando unos por otros.
¡FELIZ NAVIDAD!