Esa pena se despeja con los recuerdos que engrandecen el
alma. Una parte de mi ciudad, Santander, va desintegrándose. Enrique
Pérez-Llantada, miembro de una saga familiar insigne de médicos, se ha apagado. Cuando
cierto tipo de personajes que han sido parte activa y relevante de la historia e
intrahistoria desaparecen del paisaje urbano, las ciudades marchitan un poco;
empequeñecen.
Pero la luz de los recuerdos y su vida iluminan. Mirar atrás,
con la perspectiva de la transcendencia y bajo el calor del inmenso cariño,
reconforta y enorgullece. Duele la distancia, duele el no poder estar. Ya va
siendo un sino en mi vida no poder hacerme presente en los momentos importantes
de la gente que quiero. Y duele. Cuando esta mañana me ha llamado mi madre para
comunicarme la triste noticia me hubiera gustado estar ahí, junto a ella. Ahora
quisiera estar ahí, junto a mi tía y mis primos. Simplemente abrazarlos. Ya, ya
sabemos que corresponden días; pero también sabemos que en ocasiones realmente
no se puede. Y en eso me estoy especializando…
Se me agolpan los recuerdos: en casa de los abuelos, en su
consulta, en Las Gaviotas tantos días de Navidad, en Barlovento tantos días de Reyes…
Sus llamadas diarias el año pasado cuando yo estaba convaleciente de COVID y a
él se le unían la medicina y el cariño del tío siempre pendiente. Tío Enrique,
has sido un padrino extraordinario; cuánto te voy a echar de
menos. Si miramos hacia atrás desenfocados puede parecer que la vida se nos marcha entre los dedos. No es así, hacemos la Vida diariamente y tu, hoy, has alcanzado su plenitud y máximo sentido.
La pena se mezcla con la satisfacción de que el P. Rafael
Alonso CSsR, superior de los Redentoristas de Santander, ha sido quien le ha
dado la Unción. Historias de mi propia vida que se juntan de una manera gozosa.
Porque es la fe en la Resurrección lo que mantiene despejado el horizonte, el
corazón firme y la mirada alta. Si alguien lee estas líneas, le pido que eleve una
oración por el eterno descanso de su alma.
Tío Enrique, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San
Enrique te habrán presentado ante el Señor; ya has visto cara a cara a tu
Redentor. Que goces de la contemplación de Dios por los siglos de los siglos.