No me encuentro bien. No lo voy a negar. Ya mejoraré. Pero es
lo que hay y simplemente queda asumirlo. Obedecer, cumplir lo que me manden y
rezar. Lo peor posiblemente es que hoy iba a abandonar mi aislamiento, me
encontraba ya casi perfecto, pero he amanecido con neumonía y un dolor muy
fuerte en el costado derecho. Antibiótico; sigo en casa, pero si empeoro sólo
un poco, o aparece algún otro síntoma, me dice el médico del centro de salud
que a urgencias y me ingresarán. Ya sé que la azitromicina tampoco es el
bálsamo de fierabrás, pero el dolor ahí está. Me ha abrazado y parece que con
un cierto cariño…
Ya conozco a alguno que se quedó en el intento (aquí seguro
que podréis poner nombres), a alguno que lo superó (Ramón y Mónica, Jorge), a
alguno que está ingresado (Íñigo), a alguno que lucha por sobrevivir (Javier),
a alguno que lo pasa en casa (Patxi, Javi). No le tengo miedo a nada; y cuando
digo nada es exactamente a nada. Sólo me asusta tener que ser ingresado, pero
nada más que por mis hijas. Verme salir con todo lo que oyen les puede hacer
pasar por sustos innecesarios, aunque por otro lado les puede tener preparadas,
que nunca se sabe. Por mis hijas y por mi madre; sola, mayor y aislada a
cientos de kilómetros todo se magnifica. María es fuerte, extraordinariamente
fuerte.
Sin miedo y, sin embargo, no puedo evitar emocionarme con la
cantidad de gente que está pendiente y rezando. La familia Redentorista
pendiente desde distintos continentes, ex compañeros de trabajo y jefes de casi
todas las empresas en las que he trabajado (curiosamente de todas de las que
guardo un buen recuerdo). Me sorprenden las muestras de afecto y apoyo de
aquellos con quienes no tengo un trato cotidiano. No meto a mi familia, ni a
esa extensión de mi mismo que es Gonzalo o los amigos de siempre
(autonombraros). No meto a nadie de mi vida diaria, ni física ni en las redes. Sin
embargo, no dejo de emocionarme. No dejo de emocionarme con Elías tan cariñoso
siempre con sus mensajes cotidianos; con Manolito, que nos habremos visto sólo
20 veces desde los 20 y está siempre ahí; hoy especialmente con Pota u Orbeuca;
con Almudena de Maeztu y sus ánimos por Facebook. Todas estas muestras de
interés, todos los mensajes en las redes se revelan casi como una historia de
uno mismo, el recorrido de uno mismo. Pasos dados y lugares habitados.
Si salgo este fin de semana de casa lo haré teniendo
presentes dos incógnitas dolorosas: ¿habré perdido perdón a todos? ¿por qué
desapareció Joaquín? Y punto. Adelante y rezando.
Y a la vuelta a casa seguirán esas incógnitas. Pero también,
punto. Adelante y rezando. La primavera volverá a reír y cada mañana nos
visitará el sol que nace de lo Alto, estemos aquí o ya en lo Alto. Y se seguirá
riendo, y se seguirá llorando y se seguirá sufriendo y se seguirá luchando, y
levantando y perdonando. Siempre en gerundio. Vida en estado puro.
Y mientras, escucho a mi mujer desvivirse junto con un grupo de
madres de la clase PAI 2B del Colegio Alegra, y en pleno ERTE, gestionar el transporte y
la logística de todos los EPI’s que están consiguiendo y/o confeccionando y
entregando por Hospitales y Residencias de la Comunidad de Madrid. La veo
bregar con transportistas altruistas, donantes, costureras, fabricantes… La
levantaría un monumento. Una especie de Melanie Hamilton cuidando a heridos
durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, mientras piensa en Ashley Wilkes. En el fondo es una historia de superación y reconstrucción. Esto no es
Tara, pero hay que sacarle el punto de romanticismo a todo.
A los que apoyáis en la distancia: gracias. A los que rezáis
en la distancia: GRACIAS. A los de siempre: GRACIAS. A los de a veces: gracias.
Sobre todo y siempre, gracias a Dios.
Que no decaiga nadie ni aunque caiga. Mantengamos todos el
ánimo y sonriamos, aunque a veces se nos pongan los ojos vidriosos. Y recemos
unos por otros.