Ya estoy deseando llegar esta tarde a misa para la imposición de la ceniza. No sé si podrá cuadrar en PS o en la parroquia de Aravaca, pero haré lo posible. Lo haré yo y desde Arriba me lo ponen fácil, la verdad. Una reunión imprevista en Madrid a las 4 de la tarde me lo facilitará. Toda una alegría. Recibir la ceniza como un susurro del Señor que me dice al oído del alma que cada vez queda menos para la Pascua… Porque cada vez queda menos.
No sé que es lo que me ha impulsado hoy de una manera potente
a querer tener especialmente presentes en este camino de purificación,
conversión y perdón a mis amigos perdidos. No me refiero a los muertos, que
esos ya vieron cara a cara al Redentor. Me refiero a los perdidos… Ya empezó
ese ronroneo en casa hace unas semanas hablando del proyecto Andrómeda, pero
hoy es una llamada nítida a pedir por ellos estos días. Y aclaro, no es que
estén perdidos, en absoluto. Fueron desapareciendo de mi vida sin hacer ruido,
como queriendo que no se notase. Las malas rachas no ayudan a que la gente
permanezca a tu lado, y yo hace tiempo las tuve. Casi no quedaron guardianes en
las ocho puertas de las murallas, pero los que se mantuvieron son roca firme,
de eso no hay duda.
Continúo contando con ellos, continúo rezando por ellos. La vida nos va llevando por caminos diferentes, es cierto. Todo está bien, no hay mayor problema. Pero igual que cuando yo caigo y siempre, siempre encuentro al Señor a mis pies para recomponerme quiero dedicarles mi Cuaresma, pedir especialmente por ellos para que siempre sepan ver al Señor a su lado, donde quiera que estén. Cierro los ojos, y casi queriendo oler los jazmines de Jerusalén se los llevo al Señor a caminar por sus calles.
Y no hay camino interior sano sin una sana mirada introspectiva. ¿Qué hice yo y cuántas veces para apartarme del Señor? ¿Por qué?
Agachar la cabeza y recibir la ceniza. Alzarla y comenzar a andar. Y brotará la luz como la aurora. Isaías 58, 7-10.
Ahí voy, scalando en Familia. ¿Alguien se anima a caminar conmigo?
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