Ya escribió Mateo que cada día tiene su afán. Sí, cada día de
cada año tiene el suyo. 2020 deja tras de sí una astronómica cifra de muertos
por el COVID-19, una crisis económica lacerante, de nuevo colas del hambre, muerte
a la carta de la mano de la eutanasia, una sociedad amordazada. Por fortuna, una parte cada vez más considerable de esa sociedad aletargada comienza a desperezarse y abandonar el letargo inducido. Tras todo ello la
mano del hombre.
Son muchas las ocasiones en las que el actual Papa -en las que el
Papa- nos habla del demonio. Casi tantas como clérigos se pitorrean – o cuando
menos sonríen con suficiencia- cada vez que escuchan a alguien decir que tras
algún mal provocado deliberadamente por el hombre está o puede estar la mano
del príncipe de la mentira. Siempre se puede ver a alguien detrás de la mano del
hombre. No hay nada más peligroso que aquello que se esconde tras una sonrisa
falsa, o tras una sonrisa permanente; no es natural. Claro, que el ius naturale es
algo que también hay que derribar o, cuando menos, amoldar -como casi todo- a las nuevas
apetencias, a los gustos y modas de la sociedad para no molestar, para no caer mal, para diluirse melifluamente en la masa.
A lo que iba. Que 2020 también ha sido un año de Gracia del
Señor. Siempre se puede ver a Alguien detrás de la mano del hombre. Yo he visto
al Señor en la mano del hombre. He visto al Señor en tantos fieles franceses
rezando en el exterior de sus templos cerrados; he visto al Señor en tantos
sacerdotes jugándose su Vida en los servicios de urgencias de los hospitales y
llevando el Viático y la Unción a enfermos sin preocuparse de sí mismos; he
visto al Señor en celadores, limpiadores, médicos y sanitarios; he visto al
Señor en los transportistas que nos han estado abasteciendo; en algunos empresarios
arruinados haciendo lo posible por mantener a sus trabajadores; en trabajadores
dando el máximo por mantener negocios y puestos de trabajo. En las colas del
hambre también he visto al Señor, tanto en quienes piden como en quienes
ayudan. He visto al Señor en mi mujer mientras me cuidaba a mí, y en ella y un
puñado de madres dándolo todo por los más necesitados en los meses más cruentos
de la pandemia. He visto al Señor en quienes rezan y han rezado. He visto al
Señor en quienes tienen miedo y en quienes no lo tienen, pero son conscientes y
respetan.
Me ha sorprendido el miedo a la muerte de tantísima gente. Es
humano, pero no deja de sorprenderme. Comprendo, comparto y asumo el miedo al
dolor, no el miedo a la muerte desde la perspectiva de un creyente.
Ha sido un año de filtros. Las desgracias filtran siempre,
siempre, a la gente de verdad, los amigos de verdad, quien realmente está y
permanece a tu lado y quien desaparece o se desvanece. También es humano. Allá
cada cual.
Yo tuve en Nochebuena ante el Niño y tengo hoy especialmente presentes a Elías, a Daniel, a Jorge y a María por un año de
perdidas probablemente a destiempo; a quienes no pueden estar junto a sus seres
queridos sea por miedo o por impedimentos legales; a quienes se han visto
abocados a formar parte de las colas del hambre; a los parados; a los empresarios
arruinados; a quienes están en los hospitales.
Pido serenidad para todos. Serenidad y reflexión, pero de
verdad. A la hora de meter una papeleta en una urna, en la vida diaria, ante
los males sobrevenidos. Serenidad y la ayuda de Dios. Pido que en mi mirada y tras al menos alguno de mis actos puedan ver también la mano del Señor. Pido seguir así,
poquito a poquito, scalando en Familia.