Ver cómo arde la Catredral de Notre-Dame de Paris es ver cómo arde un protagonista, testigo y símbolo de la historia de Francia, de la historia de Europa.
París, junto con Londres y Madrid ha sido una de las ciudades dónde me he sentido en casa como emigrante. Quizás no debería nombrar a Madrid porque llevo viviendo aquí mucho más tiempo que en mí Santander natal; es ya también mí ciudad. El caso es que conozco muy bien esa Catedral, he pasado muchas horas ahí adentro; sí, rezando. Sin embargo no es el cariño lo que me pesa al ver cómo cae devorada por el fuego, es el derrumbe de más de ocho siglos de historia en el corazón de Europa lo que me puede en este sentimiento de impotencia y anonadamiento.
Desde hace dos años paso aproximadamente tres días a la semana por Europa: Bélgica, Francia – ahora comenzaré con Austria y Alemania. Veo cómo ha cambiado el paisaje social, como ha ido cambiando ante nuestra propia pasividad. No me interesa ahora profundizar en ese cambio que a mí no me agrada, pero es radical. Es un cambio social y sociológico radical y preocupante. Ver convertirse en cenizas a semejante templo católico, que es también un símbolo de la Cristiandad en nuestro continente y, por eso mismo, un símbolo a nivel global, ver cómo sucumbe…. Confrontar sus ruinas y los cambios de las últimas décadas…. me abruma.
Sin embargo, al tiempo que contemplo desde mí casa el dantesco espectáculo de las llamas, mientras sigo la noticia en televisión y a través de Internet, leo cómo cada vez más numerosos pequeños grupos de católicos se van concentrando pacíficamente en rincones de los aledaños del templo simplemente para rezar. Esa luz, la luz de la oración, la luz de la fe de esos desconocidos que se congregan alrededor de Notre-Dame es lo que realmente mueve el mundo. Es la fe que llevó a levantar el templo. Se nos llena la boca diciendo que hay que salir de las iglesias, pero ellos se congregan alrededor de las ruinas de la más emblemática de París. Piedras que han sido transmisoras de la fe, vidrieras que han sido catequesis viva. En ellas se custodia y transmite la fe. Sin Notre-Dame, como sin San Pedro del Vaticano, Santo Toribio de Liébana o Santiago de Compostela… qué fe nos habría llegado, qué saber se habría perdido. El mundo, nuestro mundo sería otro. Sin ellas no sé ni qué idioma hablaríamos, ni a quién rezaríamos si es que lo hiciéramos, ni mirando hacia donde.
No olvidemos jamás que podemos salir de las iglesias precisamente porque las tenemos. Hoy los que estaban fuera la arropan con su oración. Su oración sea incienso. Su fe es la mía. Rezo con ellos, en familia. Desde mí rincón del mundo hoy el corazón es el mismo y late con ellos rezando con ellos.
La fe de esa gente muestra que no todo está perdido. Quiera Díos que esas cenizas sean abono de nuevos frutos y que el fuego purifique a Su Iglesia.
Cielo y tierra pasarán, más tu Palabra, Señor, no pasará.
Cielo y tierra pasarán, más tu Palabra, Señor, no pasará.
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