Experimentar el perdón es en sí mismo una gracia inmerecida.
Un regalo que se nos dio en la misma Cruz. El Redentor perdonando a Dimas.
Cuando acudimos a la Confesión el Señor ya nos ha regalado su perdón. El examen
de conciencia nos ayuda a tomar conciencia de nosotros mismos, nos pone frente
a nosotros, frente a los demás y frente al Señor. Nos sitúa en nuestro mundo,
en el mundo, desnudos. Hecho, claro está, con sinceridad descarnada y autorreconocimiento.
Sin autocomplacencias ni autoflagelaciones, con realismo y un punto de distancia
para tomar perspectiva de nuestra propia realidad. Así trato de hacerlo yo. …pensamiento,
palabra, obra y omisión…
Uno busca el perdón no como recurso psicológico de
estabilidad emocional. Busca realmente el perdón de Dios que es sanador y nos
conforma con Cristo. Nos unifica con la Bondad absoluta, nos pone en Camino de
nuevo. Reseteamos. Recuperamos la nitidez para empezar una y otra vez. No empezamos
de cero; lo hacemos desde el punto más álgido del Camino.
Hoy, en casa, en PS, hemos celebrado la Penitencia
comunitaria. El presbiterio lleno de sacerdotes y la iglesia llena de fieles en
busca de ese perdón sanador. Una comunidad que día a día hace camino junta;
Iglesia que peregrina por un pedazo de Madrid, formada por individuos que
peregrinan por el mundo tratando de que éste sea mejor. Nuestras celebraciones
son siempre una explosión de fe y alegría. Es un hecho que puede reconocer
cualquiera que se acerque. En casos como el de hoy, el recogimiento, el
silencio, la contemplación de la Cruz, nos mecen hacia el imponente misterio
sacramental. La predicación del P Olegario, es un remanso de paz y de bondad.
La benignidad pastoral tan característica y marca de la casa.
Los sacerdotes se reparten por varios puntos del templo y las
filas de pecadores se ponen en marcha. Llegas y te encuentras con la
consciencia de la fe, con lo que para mí es la realidad del alter Christus, ipse Christus. Y El
Espíritu Santo actuando. Y Dios perdonando. ¡Y la Gracia! Ahí comienza la Paz.
Hablas, y ves a tu hermano. Mi hermano. No en vano san
Alfonso es el patrono de los confesores. No le voy a nombrar porque ha sido
algo tan íntimo entre Dios y yo que lo guardo como un tesoro. Le conozco desde
hace años; le quiero. Y ha sido mi primera confesión con él. Con todo el
misterio de la recomposición humana y personal, yo hoy he descubierto otra
faceta suya. La grandeza de este sacerdote, de este misionero Redentorista, se
plasma en cada una de sus facetas. Mano a mano, teniéndole frente a mí, he
redescubierto la grandeza de la llamada, la generosidad de la entrega, la
felicidad de la misión. He sentido un algo extraño, un respeto reverencial.
Admiración y agradecimiento. Qué bien hace las cosas el Señor cuando llama. Ya,
que luego está el libre albedrío y las flaquezas personales. Pero qué bien lo
hace el Señor. ¡Gracias!
Gracias, Señor, porque no te cansas de perdonar. Gracias,
Señor, porque la Redención es Sobreabundante y nos la regalas por que sí.
Y a ti. Una y mil veces ¡GRACIAS! Unidos, estemos donde
estemos, siempre scalando en Familia.
Venga, animaos. Acercaos a un
sacerdote y empezad de nuevo. Esta noche rezaré por quienes dudan, por quienes tienen aún miedo ante este sacramento.