He escuchado a través de un medio de información digital un extracto
de la entrevista que Jordi Évole realiza a Marion Maréchal-Le Pen, la diputada
más joven de la Asamblea Nacional francesa. Confieso que tengo tanta simpatía
por Jordi Évole como por Marine Le Pen, tía de la entrevistada y candidata por
el Frente Nacional a la Presidencia de Francia; exactamente la misma simpatía.
La primera pregunta que escucho ya tiene su telita: “¿usan ustedes la religión como un elemento
de confrontación?”. Ahí, como para que quede fijado eso de “la religión
como elemento de confrontación”. Y la respuesta es bastante original: en
absoluto, “yo misma soy católica en mi
esfera privada”. Con un par; y digo simplemente eso de con un par porque no
sé cómo se puede ser católico por compartimentos, o a determinadas horas, o en
ciertos lugares, o según la audiencia o el propio estado de ánimo. No sé, es
como decir, yo soy blanco (o negro o del color de cada cual) solamente en mi
casa, en la oficina soy negro, en el cine amarillo y en ocasiones, según con
quién me encuentre soy todo un piel roja. Que no lo entiendo. Uno es o no
católico y como tal es su conducta, su planteamiento vital, sus relaciones con
los demás seres humanos y con lo creado; católico durmiendo, en el cuarto de
baño, andando por la calle, en la oficina y, también, en el parlamento el que
lo sea que allí se encuentre. La verdad es que ella lo explica con una
argumentación lógica, diciendo que su papel como política no es en absoluto la
evangelización, cosa que, gracias a Dios, es cierta, y en eso estoy de acuerdo.
Pero la tolerancia en la política, la misma concepción de la política, por el
hecho de ser católico, debe estar impregnada de una ética especial.
Lo de la traducción de educación “tradicionalista” por “tradicional”,
en fin, qué podríamos decir. Puntadas con un hilo finísimo nada más; o nada
menos. Que le pusieran a recitar algo tan simple como el Padrenuestro en latín
como si ella fuera un extraterrestre, no es más que síntoma del nivel cultural
del entrevistador. Síntoma de su nivel y de tratar de ligar en el inconsciente
colectivo latín con algo oscuro y rancio. Bueno, mis hijas rezan cada noche el
Anima Christi en latín y están tan felices; han pasado el fin de semana en una
convivencia Redentorista (donde les aseguro que se utiliza cualquier idioma
menos el latín, no tengan duda) y no reciben en absoluto una educación “tradicionalista”.
Pero tienen la mala suerte de tener un padre que quiere transmitirles eso de
nuestra religión que, además de estar ligado por un idioma común en cualquier
lugar del mundo, constituye ya parte del acervo cultural católico. Una ínfima
parte de eso que se conoce como cultura, independientemente de la fe.
Recuerdo cómo durante la JMJ Madrid 2011, en la ceremonia de
la Plaza de Colón con el anterior arzobispo de Madrid, la inmensa mayoría de
los jóvenes de cualquier punto del orbe sabía seguir perfectamente las mínimas partes que se rezaron en
latín. Yo, por cuestión de edad, también, pero ninguno de los jóvenes con los
que estaba, procedentes de diferentes centros educativos concertados
religiosos fueron capaces. Recuerdo que uno de ellos, a quien acabaría mandando un email…, me
comentó precisamente que les faltaba eso... No sé, es como si esa enseñanza se
tratara de ligar a una determinada ideología o a un cierto período de la
historia. Absurdo. El único alcalde de Madrid que recibió a un Papa en latín, y
que mantuvo con él en latín algunas conversaciones fue precisamente Enrique
Tierno, socialista y a la sazón agnóstico, aunque falleciera reconciliado. No sé en qué hablarán ahora él y San Juan Pablo II. Absurdo.
Volviendo a la entrevista, no se puede ser católico a ratos
ni por entregas. Al menos yo no puedo; simplemente lo soy. Y me caigo, voy
renqueando, me levanto y continúo, scalando en Familia. Siempre en gerundio.
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