Esta tarde he leído una frase que me ha hecho pensar: “Los
empleados ya no son embajadores de marca. Son la marca”. El autor es uno de
los principales especialistas en branding, Andy Stalman, y la pronunció en el
año 2014, luego no es nueva.
Voy a hacer un paralelismo que se, de entrada, que no va a
gustar a mucha gente, fundamentalmente a aquellos a quienes les chirría que
términos empresariales o de negocios se extrapolen al ámbito religioso ni
eclesial, ni que se utilicen modos, técnicas o estrategias empresariales en la evangelización
o la pastoral como algo normal. Ya lo siento, pero yo en esto lo tengo claro.
La fe es un don y una virtud teologal, el Espíritu sopla donde quiere y Cristo
capitanea la barca de la Iglesia. Cierto. Los milagros existen; cierto. Pero el
Señor se vale de nosotros para realizar muchos de esos milagros cotidianos.
No soy ningún pesimista, pero veo mi mundo y la sociedad
global con altas dosis de realismo. Y constato que existe una labor de ingeniería
en contra del cristianismo y de los valores que representa. Para mí es un
hecho. Una suerte de ingeniería de propaganda global en todos los niveles y que
se impregna en todos los estratos sociales, económicos, geográficos y colores
políticos. Con la paz, pero para mí es un hecho.
La fe, el Evangelio, el ejemplo constante y perseverante
tanto individual como colectivo son las llamas que inflaman el mundo de Amor,
los reflejos de Luz que iluminan los más oscuros recovecos de la existencia
humana. Llamas de esperanza ante la desesperanza, de Amor a quienes nadie
quiere, de inclusión a los abandonados, de calor a quienes tiritan de
indiferencia. La extensión de esa Luz, de esa llama es cuestión del propio
Espíritu, pero una de las maneras ineludibles de ayudarlo no son solamente nuestras
manos, tiempo, sudor, lágrimas y sonrisas, sino también la incorporación de la
mercadotecnia, planificación y estrategias empresariales.
La frase de Stalman me ha llevado a pensar que la “marca” de
las Congregaciones, Institutos o Movimientos eclesiales son TODOS y cada uno de
sus miembros, religiosos y laicos. TODOS aquellos que viven, comparten y
encarnan el carisma fundacional armonizado al signo de los tiempos. CADA UNO de
manera individual tanto como todos en su conjunto son la “marca” del carisma. Eso
entraña una enorme responsabilidad. Y los tiempos desvelan que aquellos
institutos que no abren DE PAR EN PAR la puerta a los laicos tienen un futuro
incierto, siendo benévolo. Incierto o marengo. Por otro lado, aquellos laicos
que parecen apropiarse de manera exclusiva de un carisma determinado, no viven
más que una ilusión efímera, porque ese carisma ni es suyo ni habría pervivido
sin los religiosos, no existiría sin los religiosos. Hoy ambos, religiosos y
laicos, son depositarios, custodios y transmisores necesarios; un carisma en
dos vocaciones de una misma familia. Es entre todos como se acerca el Reino a
la tierra. Comprendo los miedos; los miedos son pruebas para ser superadas.
Cerrar puertas y ventanas por miedo, por muy comprensible que pueda parecer, es
encerrarse en un catafalco, enterrarse en una tumba que no necesita epitafio,
porque nadie lo leerá.
Me sorprende la suerte que tengo con mi Familia cuando hablo
con laicos que no pueden compartir con naturalidad lo que es natural de suyo.
Religiosos y laicos son la “marca” de un carisma común, senderos que confluyen
para marcar un camino común, el futuro. Ese futuro para mi tiene nombre: REDENCIÓN.
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