En la vida cotidiana, propia o ajena, se producen en
ocasiones hechos, acciones, se desarrollan actitudes que me hacen pensar sobre
la coherencia y el enfoque. Tomamos decisiones u otros las toman por nosotros;
actuamos muchas veces llevados simplemente por la inercia.
¿Cómo de conscientes o inconscientes son nuestros actos?
¿Cómo de coherentes? ¿Qué me mueve? ¿Busco el bien común, un bien superior o,
por el contrario, me veo inmerso en una tecnicista eficiencia o autoregalado
por mi propio renombre, mi propio ego? Preguntas que afectan a todos los
ámbitos de nuestra vida, personales, laborales, sociales, incluso cuando
pretendemos ser una mínima luz para los demás. La coherencia de una vida no
está parcelada, la coherencia de una vida ha de serlo en su totalidad.
Pero somos de barro, frágiles y débiles. ¿Sirvo o me sirvo
de? ¿Remo al unísono con mis hermanos? ¿Hago que remen y agradezco? ¿Hago que
remen y voy descartando de puerto en puerto?
Es bueno cuestionarse porque nos hace crecer. Digo
cuestionarse en primera persona, aunque a veces sean actitudes de terceros las
que nos hagan mirarnos a nosotros mismos. Puede ayudarnos a enfocar.
¿Me puedo sentir impelido por las injusticias de la humanidad
y mostrarme frío, indiferente, con mis seres más próximos? ¿Puedo esforzarme
por denunciar las cadenas que atan a quienes están lejos y mostrar una absoluta
falta de empatía por quien tengo más cerca? Obviamente se puede porque ocurre a
diario, pero ¿es coherente? ¿es evangélico? ¿es cristiano? ¿Me desvivo por el
alejado y descarto sin explicaciones al prójimo próximo?
¿Me mueve Cristo? ¿Me mueve el otro? O…. ¿me acaba moviendo mi
“yo”? Porque una buena intención inicial puede acabar desenfocada. No es grave,
pero quien desprecia lo poco no tardará en caer, nos dice el Eclesiástico. No
es grave, simplemente hay que volver a enfocar. Cosas de la conciencia.
Cuestiones a tener en cuenta a uno mismo, no a los demás. Y
en todo, caridad. Yo llevo gafas, así que hoy os dejo, como siempre, en
gerundio: enfocando.
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