Hoy han fallecido dos personas muy
especiales para mi mujer y para mí, de las que son capaces de marcar una época
y permanecer en el corazón y en el inconsciente colectivo de quienes les
conocimos.
Antonio de Escalante Huidobro fue, a lo
largo de su extensísima vida uno de esos caballeros singulares que marcan la
historia y el paisaje de su ciudad. La historia de su familia, los Escalante,
es en sí misma una parte importante de la intrahistoria de Santander y, a través
de su hija María, de la mía propia; mucho el cariño, mucho lo compartido. Van
ya camino a los cincuenta años de recuerdos; una Vida.
Alfonso Ruiz de la Prada Sanchiz fue un
caballero en todas las acepciones elogiosas que podamos darle a esa palabra.
Una bellísima, una excelentísima persona. Alfonso es para mi mujer mucho más
que el padre de unos amigos, es alguien de su familia, de esa familia que, sin
serlo, lo es como regalo de Dios; como don. Una parte de su Vida.
Ante la muerte de seres queridos uno
puede quedarse en el dolor, cobijarse bajo un caparazón que le haga ser un mero
espectador o centrarse en lo fundamental: la Vida. Ver pasar la vida de los
demás es no vivir; implicarse, formar parte es lo que hace al ser humano vivir.
Una vida plena, con errores y aciertos, con caídas, magulladuras, fracasos y
éxitos; una vida compartida. Eso es la vida aquí; compartida la v se va engrandeciendo
y al morir se hace mayúscula. Yo no concibo ver pasar la vida; no sé vivir sin
pasión. Cada día que pasa no es un día más o un día menos; cada día que pasa es
una oportunidad, un paso que nos aleja o nos acerca; caminando, en gerundio.
Scalando en Familia.
Esa realidad le hace a uno ser
consciente de que no es ni siquiera el recuerdo que dejes, es la transcendencia,
el regalo de la sobreabundante Redención, es lo de después lo que realmente
merece la pena. Lo que hagamos aquí, todo aquello que hagamos en cualquier
ámbito ha de ser un preludio, un intento de acercar el reino a la tierra; el
resto es superfluo.
La Virgen María, san Antonio y san
Alfonso ya han salido a vuestro encuentro. Antonio, Alfonso, que veáis cara a
cara a vuestro Redentor y gocéis de la contemplación de Dios por los siglos de
los siglos.
Que este soneto de Antonio sea hoy
oración por ambos:
“Silueta
de la ermita abandonada en el roto cantil de la
Ribera,
refugio de la Virgen marinera,
Su
pesebre, su altar y su morada.
Blanca
de sal, espuma inmaculada, la imagen navegante que
viniera
como el limpio flotar de una bandera en las alas del mar de una bordada.
Salve
al atardecer, velas al viento, y luz y oscuridad y lejanía
unidas
en el mismo firmamento.
Y
paz en las pupilas para verte, Virgen del Mar, plegaria y
poesía en la eterna bordada de la muerte".