Estamos inmersos en una guerra que ya no es soterrada. El
silencio ante la condena de los atentados que se vienen sucediendo en cualquier
punto del globo supone una connivencia atroz con el terror. Uno no puede callar,
no puede no condenar, sin ser en cierto modo cómplice.
Los estados nación y las entidades supranacionales tienen el
ineludible deber de proteger a sus nacionales en primer lugar, de proteger y
amparar a los ciudadanos que las conforman. La ley, el imperio de la ley y el
derecho deben prevalecer sobre cualquier circunstancia para la defensa de los
suyos; defensa con las armas de la ley y el derecho. Encuadrar los derechos
humanos, y los derechos de los refugiados es otro deber moral de los Estados.
¿Cuál prima cuando uno pone en peligro al otro? Bajo ningún concepto han de
dejarse de lado los derechos humanos, pero el deber de atención a los
nacionales es constitutivo del propio Estado. Los derechos de los refugiados
deben ser igualmente salvaguardados.
Ahora bien, cuando un refugiado o un solicitante de asilo mata
de manera no ya indiscriminada, si no con el objeto de cercenar una civilización y
modo de vida concreto, ya no es ni refugiado ni asilado, es simplemente un
infiltrado del enemigo, no otra cosa.
Actualmente la guerra contra la civilización y modos de vida
occidentales se viene librando en nombre de una manera determinada de entender
el Islam, en nombre de Alá. Comprendo que se traten estos temas con pinzas para
no dar lugar a equívocos, para no generar explosiones de odio, racismo o
islamofobia. Nada de eso está en mi ánimo. Pero es la realidad; una guerra
firmada cada día con la sangre de un nuevo muerto. No creo que se pueda acabar
con esto sino desde el propio Islam. Aquellos que se dicen islamistas moderados
o pacíficos son quienes tienen en su mano las llaves del cambio lento y
doloroso. También los de a pie, de igual manera que yo con mi vida soy
responsable de expandir el mensaje de Cristo. Aunque también los de a pie se
ven en muchos lugares amenazados, torturados y asesinados. Pero son los
poderosos quienes pueden poner en marcha el engranaje de filtros y reeducación.
Una labor de ingeniería política y social sutil y lenta, pero eficaz.
Bien sabemos lo eficaz que es en Occidente. Esa labor se ha
venido desarrollando durante décadas para llevar a la imposición de un laicismo
feroz que ha calado en todos los ámbitos de la sociedad, en todas las capas,
colores políticos e ideologías (suponiendo que aún perviva alguna ideología).
El abono del laicismo lleva a muchos a elevar condenas a la Iglesia o a todo
aquello que tenga que ver con la cultura judeocristiana y mirar con ojos de
cordero aún no degollado a todo lo que traiga un aire musulmán. Germen
cultivado durante décadas para que prenda lo que hoy tenemos con el silencio de
demasiados.
Conozco a musulmanes que son realmente personas de Paz. He
trabajado con ellos. Otros claramente no lo eran. Como conozco cristianos que
son bellísimas personas y otros unos auténticos cretinos; la diferencia está en
que de estos últimos, ni los más radicales, no hay uno sólo que mate en nombre
de Cristo.
Los Estados, los gobernantes, deben ocuparse exclusivamente
del cumplimiento de la ley y el derecho atendiendo al bien común. Son los
ciudadanos quienes, de acuerdo a su conciencia, llevarán o no a la práctica sus
ideas religiosas. Mi religión me lleva a perdonar, a poner la otra mejilla, a
rezar por los asesinos. Mi religión me lleva a acoger, luchar por la justicia
social y la concordia. Mi religión me lleva a acercar el reino de Cristo a la
tierra. A lo que no me lleva mi religión es a no defender a mis hijas, a mi
familia o a mi país. A lo que no me lleva mi religión es a callar y permanecer
impasible; me lleva a hablar, condenar y actuar aunque simplemente sea concienciando.
Y a rezar; por víctimas y asesinos. Cristo no calló ante el Sanedrín y se
revolvió contra los mercaderes del templo; jamás permaneció impasible.
Ayer celebrábamos al apóstol Santiago. La leyenda le sitúa en
Clavijo un 23 de mayo del año 844. Leyenda. Pero sin batallas como las de
Clavijo o la de las Navas de Tolosa hoy no habría un Papa hablando español en el Vaticano. No se puede
releer la historia con cicaterías, escrúpulos ni hipocresías. Tampoco así se
puede mirar a nuestro mundo en nuestro momento.
Mi religión es una religión de Paz que nos ofrece el regalo
de la Redención. Yo soy un hombre de Paz. Son los musulmanes de Paz, quienes
sean y desde sus ámbitos de poder, quienes tienen que ponerse en marcha y a
toda prisa para cambiar desde dentro cuantas facciones violentas existan en su
seno. Desde Occidente se podrá contener, pero no se puede cambiar si no es
desde el propio Islam.
Yo rezo por ellos, por los asesinos, por los muertos que van
quedando en el camino y por los gobernantes que tienen poder de decisión y
actuación. Lo que no puedo es callar.
Esta es una visión muy simplista, sin duda. Pero yo soy tan
simplista que camino mi Vida scalando en Familia.
Conoces hombres de paz musulmanes? seguramente si, pero ya que trabajas con ellos, procura no darles la espalda, porque el Corán en el que creen no es un libro de PAZ precisamente, tal vez no lo han leido todo, ten cuidado no sea que sin darte cuenta justo ese dia que mas confias ha leido algo que le obligue a eliminarte por infiel
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