Hoy hemos participado de una celebración
hermosísima. En misa de 21h en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid.
Presidida por el P Damián Mª Montes.
Es curioso ver que el padre, el
sacerdote, aunque sea más joven que yo, es precisamente eso, el padre, el
sacerdote. Y por mucho que sea más joven que yo, me pastorea. Cosas del
Espíritu, cuya fiesta celebramos. Cosas de llamadas, renuncias, entregas, fe. Cosas
de mansedumbre, dones, desprendimiento, paciencia, humildad, grandeza.
Le he visto crecer como persona y como sacerdote;
estuve en su profesión perpetua, en su ordenación diaconal y en su ordenación
sacerdotal. Me pastorea. Por mucho que sea el responsable en la parroquia de
niños y jóvenes y yo ni sea joven ni niño, me pastorea. Con su presencia, con
su palabra y son sus silencios. Le he visto crecer. Si sigue así acabará
elevándose sin que los demás nos demos casi ni cuenta.
Cuando recapacito y veo a personas como
él que van creciendo a la misma velocidad con la que van desprendiéndose, me
surge el “yo”. No lo puedo evitar. ¿Y yo? ¿Sigo igual? ¿Avanzo? ¿Crezco? ¿Me doy? Preguntas que no
tienen tanto la respuesta en mi boca, si no en la boca del otro y en el corazón
de Dios. Cuando las debilidades son las que son es muchos más fácil reconocerlas
que vislumbrar los dones.
Hoy Damián nos ha puesto a todos a pedir
los dones al Espíritu Santo. Yo, además, pedí por un concreto estudiante redentorista venezolano. Pedir dones... Pero igual que conmemoramos, con la venida del
Espíritu, el inicio de la Iglesia en misión, Iglesia como Familia, como
Comunidad, hemos pedido esos dones de manera individual y para nuestra
Comunidad. Me ha encantado. El Espíritu, descendiendo sobre cada uno de los
apóstoles, lo hizo sobre la comunidad. En silencio pensaba: “Pero ¿cuál pido si estoy necesitado de todos?”. En fin, según la fe de tus siervos… Sobre la
comunidad… ahí están todos repartidos.
Nos animó a que salieran siete personas
a encender cada una de las siete velas de manera espontánea. Vi que comenzó el
turno un pobre hombre de fe, torpe, cargado de defectos y debilidades; avanzaba fuerte
por la comunidad y tambaleándose como individuo. Sabiduría... A ese hombre le reconozco en
la sombra y en el silencio mucho más de lo que le reconozco a la luz. Se fueron
animando otros, y se me iluminaron el corazón y la mirada al ver a mi hija pequeña
decidida, caminando inocente a encender una de las luces por uno de los dones.
Ese Espíritu que habita en nosotros. “Recibid
el Espíritu Santo”. Para recibirlo uno tiene que estar abierto, dejarlo entrar,
dejarlo hacer. Ese Espíritu que habita el corazón de cada uno y que yo
reconozco en tantas personas. El “yo”, de nuevo. ¿Lo reconocerá alguien en mí?
¿Y los dones?
Los que me falten sé dónde están. En la
Comunidad. Así que ahí continuamos, scalando en Familia.
Ven, Espíritu
divino,
manda tu luz
desde el cielo.
Padre amoroso
del pobre;
don, en tus
dones espléndido;
luz que penetra
las almas;
fuente del mayor
consuelo.
Ven, dulce
huésped del alma,
descanso de
nuestro esfuerzo,
tregua en el
duro trabajo,
brisa en las
horas de fuego,
gozo que enjuga
las lágrimas
y reconforta en
los duelos.
Entra hasta el
fondo del alma,
divina luz, y
enriquécenos.
Mira el vacío
del hombre,
si tú le faltas
por dentro;
mira el poder
del pecado,
cuando no envías
tu aliento.
Riega la tierra
en sequía,
sana el corazón
enfermo,
lava las
manchas,
infunde calor de
vida en el hielo,
doma el espíritu
indómito,
guía al que
tuerce el sendero.
Reparte tus
siete dones,
según la fe de
tus siervos;
por tu bondad y
tu gracia,
dale al esfuerzo
su mérito;
salva al que
busca salvarse
y danos tu gozo
eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario