Hay personas que aúnan tantos dones que son un imán para
dispares. Personas cuya bondad natural hace que a su alrededor se disipen
rencillas, porque emanan Paz. Con mayúsculas, porque hablo de esa Paz que nace
de Dios, que refleja el Amor de Dios, que expande el Amor de Dios, que contagia
el Amor de Dios.
Hoy se nos ha ido, de repente, una de esas personas. Se le ha
ido a su familia, pero se nos ha ido a muchos más, a todos los que la
queríamos. Hablo de alguien que era un remanso de Paz, un referente de
serenidad y fe en la Parroquia del Perpetuo Socorro de Madrid, donde ha
desparramado sus dones durante tantísimos años. Alguien que marca y a quien recordaremos siempre.
Bety Renjifo no era simplemente una buena persona, Bety
personificaba la bondad, la serenidad. Pero, además, encarnaba muchos otros
valores que tan poco abundan: señorío, elegancia, educación, discreción, entrega, inteligencia, humildad…
Siempre con una sonrisa, siempre con una frase agradable en la boca que, con la
dulzura de su acento limeño, era aún más agradable.
Sé que no soy objetivo, porque a Bety la queríamos, la
queremos. Hace apenas una hora que nos hemos enterado de que el Buen Padre la
ha llamado. Hemos llorado. He despertado a mis hijas para contárselo y hemos
rezado por ella; las palabras y las caritas de mis hijas son lo suficientemente
expresivas, pero no son para escribirlas, son para contárselo en su momento a
Alejandra. Dejémoslo en que hemos rezado en familia, porque Bety, Alejandra,
David, Horacio, Elvira, Jacobo… son como de la familia. Los queremos. Toca
rezar y arropar a su familia, Ale, Pilar… Si alguien lee estas palabras le
invito a rezar por ella. Yo, además, le rezaré a ella.
Hoy lloran las calles de Lima y las del barrio de Chamberí. Estoy
triste; muy, muy triste. Pero estoy contento porque el Señor la puso en nuestro
camino. Me siento un privilegiado porque he podido conocerla y quererla. Estoy
contento porque sé que ha entrado en la Casa del Padre por la puerta grande, y
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso habrán salido a su encuentro.
Queridísima Bety, que veas cara a cara a tu Redentor y goces
de la contemplación de Dios por los siglos de los siglos.
Gracias por ponerla en nuestro camino. Nos acercó la bondad, el afecto, la dulzura, la generosidad que Dios nos brinda a través de quienes nos rodean. Por eso no podemos dejar de añorarla.
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