Si eliminamos de cualquiera de nuestros juicios la caridad
podríamos hablar de muchas cosas, pero no de un pensamiento o actitudes
cristianos. Empleo la palabra “juicios” intencionadamente, porque juicios
emitimos como meras opiniones casi en cada frase. Y eso es sano. Confrontar los
juicios mediante el diálogo es aún más sano, porque contribuye al crecimiento
mutuo de quienes dialogan, aunque no siempre al entendimiento.
Respecto a cómo reaccionar a los ataques a la Iglesia o al
ser cristiano, yo tengo mi opinión particular. Tan particular como la de
cualquier otro. Los ataques los sufro como católico en general y los sufro y he
sufrido también de manera concreta y particular. Son varios (ni uno, ni dos, ni
tres…) los comentarios ofensivos en éste blog que no he publicado, y uno en
concreto que conservo sin eliminar, porque es tan aberrante que me ayuda a
rezar periódicamente por quien quiera que fuera la persona que lo escribió.
Amenazas más serias venidas de fuera también existen, y también rezo por ellos.
Y sigo adelante. Sin más.
Recuerdo la pintada en mi parroquia de “arderéis como en el
36” el día del inicio de la JMJ2011, junto a un par de pintadas más, como
recuerdo la tensión en la Puerta del Sol al finalizar el Vía Crucis. Recuerdo
sin miedo, con pena, a unos jóvenes “indignados” cuando volvía andando a mi
casa; recuerdo la mirada de uno de ellos, un chiquillo, cuando les dije que
hicieran lo que quisieran (fue ese chiquillo quien decidió que no me hicieran
nada). Sigo rezando por él.
Las ofensas públicas que venimos aguantando, ya lo siento,
pero no creo que sean ni individuales ni espontáneas. Es mi opinión. Tan
legítima como cualquiera. Ni si quiera en esto me gusta el pensamiento único.
El pensamiento único adocena; la libertad de pensamiento hace crecer al
individuo. Y para todos, absoluta libertad de conciencia. Sin condenas cuando
no hay hechos reprensibles.
Ahora bien, comprendo perfectamente que quienes se sienten
indignados ante la comisión de un hecho presuntamente delictivo utilicen
cuantas armas legales tengan a su alcance. No ya para obtener una satisfacción
personal, sino para que el delito no se repita. Será por mi formación jurídica,
pero es mi opinión. Si entran en mi casa a robar perdonaré al ladrón en mi
corazón, pero llamaré a la policía. Siempre recordaré el funeral de la madre de
Marta, una amiga mía. A su padre lo había asesinado la ETA con una bomba lapa
hacía años, y en el funeral de su madre pidieron por su padre y por su asesino.
Incluso fueron a visitarle, pero a la cárcel, que es donde debe estar hasta que
cumpla condena. Y, sin embargo, “abrir las prisiones injustas…” (Isaías 58,6).
Lo que no deja de parecerme curioso es que se cuestione, casi
criminalice, a quien use su derecho justamente. Porque utilizar el derecho
justamente ni va contra el perdón ni contra la caridad. Es más, no ejercer el
derecho puede ser caer en dejación de la defensa de los más desfavorecidos;
sean quienes sean. Curioso ver cómo se acoge la indignación de unos y se señala
la de otros. Ante el acorralamiento hace falta también valor para alzar la voz, sino por uno mismo, por los demás. "...Si he hablado mal, da testimonio de lo que he hablado mal, pero si hablé bien ¿por qué me pegas?" (Juan 18, 23).
Y todo ello sin politizar el hecho religioso. No hay que politizar el hecho religioso jamás. Libertad de pensamiento y libertad de conciencia. Desde el más absoluto y escrupuloso respeto. Eso sí, se politiza ese hecho religioso cuando se le ataca desde algún partido político; es el hecho de que sea un partido político, o un grupo organizado, o una institución administrativa quien ataque lo que lo politiza, no el ejercicio del derecho. Ejercer el derecho libremente no equivale a caer en una cruz de navajas. Cruz sólo hay una. Llevemos la nuestra con fe y ayudemos a aligerar el peso de la del hermano.
Y mientras, con caridad, perdonando y acogiendo. Orando. En gerundio. Scalando en familia.