Tratar de hacerse como un niño es uno de los mejores
ejercicios que cualquier persona de bien adulta debería hacer; para un
cristiano es simplemente imprescindible. No solamente por la inocencia de esa
etapa de la vida, sino por la avidez con que desean aprehender el mundo que les
rodea, lo que les lleva a cuestionar y cuestionarse.
Mi hija mayor estudia quinto de primaria en un colegio
concertado de la Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Ésta semana, en un
grupo de trabajo de su clase de religión, han tenido que hacer una encuesta a
los padres. Las preguntas que me han hecho han sido:
“¿Te sientes profeta?
¿Desde cuándo?
¿Cómo anuncias el
Evangelio?
¿Empatizas con la gente
que sufre?
Si Dios te pidiera
ayuda ¿qué harías?
¿Por qué?”
Telita. ¿O no? Contesté a cada una de las preguntas con
sinceridad y desde mi experiencia vital. Sin embargo, a la hora de completas,
las retomé como todo un examen de conciencia. Un duro examen de conciencia. Me
enfrenté al casi Juicio de mi hija y respondí con autenticidad, pero… ¿es
suficiente? Esa encuesta escolar me ha llevado a releer y redescubrir la
Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
Gentium. ¡Cuánto que redescubrir! Volver a ella, fuera del ámbito
académico, en la soledad del hogar, y con la visión de un padre de familia,
laico comprometido y misionero laico del Santísimo Redentor supone acercarse a
sus enseñanzas con confianza, fe, humildad y misericordia hacia uno mismo. Con
esas premisas uno ve en ella Luz como miembro del Pueblo de Dios, consciente de que sólo Cristo es la Luz de los pueblos...
Uno, como laico, puede tener la visión de adquisición de “derechos”
o de asunción de responsabilidades. Ver lo uno o lo otro es un error. Ver ambos
al unísono ayuda a encontrar un poco más la verdad. Es una perla que debería de
ser de obligado conocimiento. Sencillamente, no tiene desperdicio.
Pastores hay también que recelan, curiosamente, de laicos a
su lado. No siempre son, como uno pudiera imaginarse, aquellos que podríamos
considerar como más rígidos. Si los dones son regalados de manera generosa,
original e individual, los prejuicios, o simplemente los miedos, son también, tristemente, generosos, originales e individuales.
“La condición de este
pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones
habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de
amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13,34). Y tiene en último
lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo
Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos El mismo también lo
consume, cuando se manifieste Cristo, vida nuestra (cf. Col 3,4)”
“Por ello todos los
discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf.
Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios
(cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan,
den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P
3,15).”
“El Pueblo santo de
Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el
sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (cf.
Hb 13.15)”
“La responsabilidad de
diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte”
“Los laicos están
especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos
lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a
través de ellos [113]. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido
otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la
misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo (Ef 4,7).”
“…los laicos también
puede ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el
apostolado de la Jerarquía [114], al igual que aquellos hombres y mujeres que
ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor
(cf. Flp 4,3; Rm 16,3ss). Por lo demás, poseen aptitud de ser asumidos por la
Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos, que habrán de desempeñar con una
finalidad espiritual.”
“…incumbe a todos los
laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de
salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas
las partes de la tierra. De consiguiente, ábraseles
por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según
las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra
salvífica de la Iglesia.”
“…los laicos, incluso
cuando están ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una
actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo”
“También por medio de
los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: «reino de verdad y de vida,
reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz»”
“…coordinen los laicos
sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando
inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas
de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las
virtudes”
“…los sagrados Pastores
reconozcan y promuevan la
dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a
su prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la
Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar; más aún, anímenles incluso
a emprender obras por propia iniciativa. Consideren atentamente ante Cristo,
con paterno amor, las iniciativas, los ruegos y los deseos provenientes de los
laicos [119]. En cuanto a la justa libertad que a todos corresponde en la
sociedad civil, los Pastores la acatarán respetuosamente.”
“Cada laico debe ser
ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una
señal del Dios vivo”
Uno se sabe débil y pobre. Saberse así es reconocerse
necesitado de los hermanos; reconocerse necesitados de los hermanos es saberse
miembro y partícipe del Pueblo que camina. En la infinita diversidad humana,
reconociendo la obra del Creador desde lo más pequeño.
Iluminadoras han sido las preguntas que me planteó mi hija;
una niña pequeña… En ello estoy, scalando en Familia, en la Iglesia y en esa
Familia a la que fui llamado y en la que fui acogido como misionero laico del
Santísimo Redentor. Débil, pobre, necesitado. Pero siempre en gerundio, bajo la
mirada del Redentor y acogido al Perpetuo Socorro de María.
Los que no la hayáis leído nunca, hacedlo; los que la habéis
olvidado, recordadla. Y los que deberíais saberla de memoria… ¡No tengáis
miedo!