He leído esta tarde un artículo de Jorge
Bustos, “El misterio de Belén”, (http://www.elmundo.es/opinion/2015/12/25/567c26ca22601d33578b4615.html), publicado en la edición digital del diario El Mundo, que me ha llamado
poderosamente la atención. Recomiendo su lectura.
“…Pero
a partir del siglo I empiezan a pulular unos hombres que no solo dicen sino que
hacen exactamente lo contrario. Inspirados por el ejemplo de su líder, bendicen
a sus perseguidores, reparten sus beneficios y trasladan la esperanza a una
vida ultraterrena incluso al precio del bienestar más inmediato, sin que quede
clara la sensatez de la apuesta. Al principio no se les comprende. Pero después
los romanos, peritos en hedonismo exhausto, comienzan a envidiar la intensidad
vital que los cristianos logran extraer de esa conducta aberrante. Y prende en
los habitantes del Imperio el deseo de ser como ellos.” El
entrecomillado es del citado artículo.
Hoy ha nacido el Redentor. ¿Ha nacido en
nosotros? ¿De verdad? Si respondemos que sí… ¿a qué estamos dispuestos…?
A veces tengo la sensación de que en
lugar de ser los seguidores de ese “líder” nos hemos convertido en unos meros y
ramplones “habitantes del Imperio”. Nosotros mismos nos dejamos envolver por
multitud de banderías, dejamos que sean las ideas imperantes las que impregnen
nuestro ser en lugar de llevar la esencia del Evangelio a nuestro mundo, al
Imperio. Y lo que es peor, tratamos de ir impregnando, con suficiencia
buenista, de esas ideas particulares a propios y ajenos.
No creo que sea ese el camino. Son las
ideas, las ideologías, nuestro entorno laboral, amigos… es la vida
propia la que ha de ser vista, experimentada y ejercida como la de unos
absolutos locos. Es el ejercicio de nuestra vida, con humildad, sin
suficiencias, el que debe ser un revolucionario ejemplo que atraiga a otros.
Acercando el Reino a la tierra, por supuesto, pero con la Esperanza y la mirada
puesta en esa “vida ultraterrena”.
El Niño, esa grandiosamente minúscula
expresión de Redención, es uno de nosotros, un hombre de carne y hueso. Nada humano
debe sernos ajeno, ninguna injusticia del tipo que sea, porque nosotros somos
hombres y el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros para regalarnos la Vida Eterna.
Un regalo ofrecido a todos, aunque no todos lo entiendan. Es ese regalo y su anuncio, el
anuncio de la Sobreabundante Redención, lo que ha de guiar el viaje que vivimos
ahora. Poniendo en práctica el Evangelio, acercando el Reino a la tierra pero con
la esperanza y la mirada puesta en la Resurrección. Sin añadir cargas, sin
añadir tantos lastres que los hombres hemos ido acumulando a lo largo de la
historia.
Hoy, ante el Niño, me pregunto si yo, en
mi familia, en mi entorno socioeconómico y cultural, en mi barrio, desde mi
opción política individual, en mi trabajo, con mis amigos, en mi ciudad ¿Soy un
auténtico seguidor de ese “líder”? ¿Seguro?
¿Respeto las opciones de los demás o trato de imponer sutilmente las mías dejándome
arrastrar por meras ideologías o intereses humanos? ¿Respeto o prejuzgo?
Hoy le pido a ese Niño, al Amor, al
Redentor, que mi intensidad vital como cristiano sea de tal convicción que
prenda en los habitantes del Imperio el deseo de ser seguidores de un bebé que
morirá, por ellos también, colgado en un madero. ¿De locos? ¡Pues claro! Una
maravillosa locura.
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