Un dolor profundo e intenso. Conozco bien París, ha sido mi
casa, mi ciudad. Mi mujer y mis hijas están cuajadas de apellidos franceses,
son también descendientes de esa gran nación. Conozco al pueblo francés, su
historia, su lengua, su literatura. Sus luces han iluminado a una gran parte
del mundo occidental a través del Código Napoleónico que tanto influyó no sólo en nuestro Derecho Civil sino en el
Derecho comparado; la identificación de la libertad, igualdad y fraternidad estarán
siempre identificadas con Francia, a pesar de las atrocidades cometidas en su
consecución durante la Revolución y que regaron aquel país de mártires y
santos, desde San Jacobo Laigneau de Langellerie a Santa Francisca Mézière.
Todo eso da igual, exactamente igual. Lo de ayer no ha sido
un ataque a Francia ni a su pueblo, lo de ayer fue un ataque al mundo
occidental asentado en la cultura judeocristiana. No solamente eso, lo de ayer
es un exponente más del calvario que atesoran la mayoría de los refugiados que se agolpan
a la puerta de nuestra casa, porque ataca también a los nacionales de países musulmanes
más o menos moderados. Un acto de guerra demoníaco. Es un acto del mal en
estado puro. Lo que le pasa al mundo es que el mal está rabioso. El enemigo es claro: la Yihad.
Los gobernantes tienen la obligación de defender con todos
los medios posibles a sus ciudadanos. Con todos. No caben ni buenismos ni
palabras melifluas. No se puede ser pusilánime. El bien ha de ser contundente, radicalmente contundente. El
bien puro debería ser en sí mismo suficientemente contundente.
Las declaraciones internacionales de condena contribuyen a
hermanar a las gentes de bien. Cierto. Pero seré muy claro, es una opinión
exclusivamente personal, pero clara. De nada me sirven declaraciones como las
de Arabia Saudí cuando en aquel país no puede haber un templo cristiano, cuando
en aquel país la conversión de un musulmán al cristianismo conlleva la muerte;
esas declaraciones de repulsa me parecen una tomadura de pelo. No por ser
musulmanes, sino por su fundamentalismo. Los esfuerzos conciliadores de, por
ejemplo, la Casa Real jordana, tienen todo mi aplauso, pero no dejan de ser una
excepción.
Tratan de colonizarnos con el becerro de oro del petróleo y
las magnificencias de los países boyantes del Golfo mientras la pasividad reina
ante la infiltración de terroristas en occidente, muchos educados en nuestros
propios países, nacidos aquí. Y mientras tanto nos debatimos entre cerrar las
fronteras a los oprimidos y eliminar símbolos cristianos para no ofender… No se
trata de eso. Vienen en busca de una vida, de un futuro, de paz, no a
reproducir sus lugares de origen en nuestros territorios; no es cuestión de
rebajar los mínimos de nuestros valores o nuestras creencias, las que sean. Es
más, la fortaleza de nuestros valores es lo que asegura la pervivencia de la
concordia, la democracia y las libertades, también la libertad religiosa.
El mal avanza mientras valores y fe parecen licuarse. Lo digo
con paz y sin resquicio de odio. Pero, mientras el mal avanza, la fuerza de los
estados es el Derecho y su contundente aplicación. Mientras el mal avanza la
fuerza de los individuos es la sensatez y la cordura. Mientras el mal avanza la
fuerza de los cristianos ha de ser precisamente eso, Cristo y su Buena Noticia.
Una fe robusta nos ha de llevar ha redoblar la
oración, la caridad, la Vida coherente que atraiga a otros. El anuncio de la
Redención con nuestra Vida, con la Palabra y con los símbolos que nos
identifican y hacen visibles. No se contemporiza con el mal; a los espíritus
inmundos se los expulsa en Su nombre.
Cierro los ojos y me veo tantas veces de rodillas en Notre
Dame, Sacré Coeur o Saint George de la Villette que es casi como si estuviera
allí. Hoy rezo por los muertos, por sus familias, por la conversión de los
asesinos y también por la de Occidente. No puedo evitar pensar en el gran pecado de Judas, no dejar acogerse por la infinita Misericordia de Dios, no creer en la Misericordia, en la Redención.
Las campanas que hoy tocan a muerto lo harán un día a gloria.
Rezo y me quedo con estas palabras del salmo 91 de las Laudes de hoy:
“El justo crecerá como
una palmera,
se alzará como un cedro
del Líbano;
plantado en la casa del
Señor,
crecerá en los atrios
de nuestro Dios;
en la vejez seguirá
dando fruto
y estará lozano y
frondoso,
para proclamar que el
Señor es justo,
que en mi Roca no
existe la maldad.”
Que nuestra Vida y la sangre de tantos mártires derramada en
nuestro tiempo vayan dando fruto.
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