Nada como ponerse ante el Señor; sin más. Un pedazo de pan en
la custodia. Cristo y uno mismo. Todo se desvanece. Las piezas se reestructuran
y la cabeza no para de comunicar, serena y veloz. Rodeado de fieles, pero somos
uno mismo y Él. Una multitud. Casi sin saber si pides, escuchas o simplemente
cuentas; sabiendo que eres todo para Él.
Hoy ha sido la primera vez que he podido ir a la Oración ante
el Señor en PS desde que comenzó el curso parroquial. Celebramos a Santa
Teresa, tan querida de San Alfonso y ahí estaba yo, en una casa Redentorista
preguntando: ¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Yo? No, nosotros, todos los feligreses congregados en la
Capilla. Todos, con esa fe sencilla que se sostiene en la de quien tienes junto
a ti. Sostén de uno a otro que va formando la roca de una comunidad.
Hoy la oración la ha dirigido el P. Jesús Hidalgo CSsR,
nuestro párroco; nuestro nuevo párroco. Ha sido para mí todo un descubrimiento.
Uno no acaba de conocer a la gente cuando la gente regala de continuo nuevos
dones que, de puro luminosos, pueden pasar desapercibidos si uno se muestra
ciego. Pero en semejante situación se mira con los ojos del corazón, limpios,
nítidos y sinceros. De repente me he visto escuchando a Jesús, primero de
rodillas ante la Custodia, luego de pie, más tarde mirándonos a todos y a Él,
como conduciéndonos directamente al corazón de Cristo. Lo hacía con el gesto y
de manera rotunda con la palabra. He descubierto la profundidad serena y
alentadora de mi párroco.
Por un momento me he imaginado al autor de las Visitas al Santísimo, Alfonso,
comentando con Teresa, en su día, lo grande que era ese hijo suyo enviado a
apacentar el rebaño al que yo pertenezco. Descubrir a la persona, al sacerdote,
al misionero es adquirir otra perspectiva sobre la itinerancia; es saborear
dones nuevos que de manera individual se encauzan en un carisma común. Y he
dado gracias. He tenido la suerte de darle gracias a Él, en persona, por el P. Jesús. Y por un momento me he dado cuenta de que ya no estaban ni mis problemas
ni mis planes, que era a él a quien ponía a sus pies; a Jesús y a toda la
Congregación.
Todo está en orden; en paz. He podido disfrutar de una nueva
cita de cada jueves. En Familia. Así me quedo, descubriendo a mi párroco; descubriendo a un cura, a un misionero.
Pero quizás eso sea poco. De modo que os animo a acercaos al
vuestro. Hablad con él, sed cercanos y dispuestos. ¿Os habéis preguntado si a
veces se siente sólo, si necesita algo? En demasiadas ocasiones solamente nos
acercamos para quejarnos. Dejemos las quejas a los pies del altar y
ofrezcámonos para resolver los problemas de otros. Así los nuestros
desaparecen.
Ésta noche ni oración, por Teresa, será breve: ¿qué mandáis
hacer de mi?
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