Cinco minutos. Solamente cinco minutos para dar gracias en
persona por un buen mes de septiembre. Nuevo trabajo para mi mujer y para mí y
la vida en orden. Lo de la vida diaria en orden es un regalo del que no solemos
darnos cuenta por lo cotidiano, por lo normal. Cada pequeño regalo de nuestro
día a día es un pequeño regalo; un pequeño e inmerecido regalo. Quizás no nos
acordemos a menudo de agradecer porque en el fondo nos pensamos que las
pequeñas menudencias de la vida nos son debidas. Cuando realmente todo es
simplemente un regalo. Ir y agradecer al Señor y a la Perpe en persona es lo
mínimo. Desde allí mismo publiqué un tuit que no decía más que “dando gracias”, con una foto del móvil de la capilla de la Coronación del Santuario.
Muchos son los que no tienen esos pequeños regalos, esos instantes
de paz o de serenidad quizás porque nosotros no se los regalamos. Demasiada
tirantez, demasiada prisa, demasiado egoísmo, demasiado a lo nuestro. No pensar
en el otro, no ponerse en su lugar, ignorarlo, es una especie de pecado de
omisión. Un sentido “¿cómo estás?”, una sonrisa, un “buenos días”, un “gracias”,
un contar hasta tres y morderse la lengua, ese comentario hiriente que nos
ahorramos, el reproche que no hacemos… Comprender al otro, respetar al otro, no
juzgar al otro, ayudar al otro, sobrellevar al otro… … Amar al otro. Gestos que no cuestan nada, que son gratis y que
podemos regalar. ¿Por qué no hacerlo?
Yo tenía mucho que agradecer. Inmerecido y gratuito. Inmediato,
cercano, y no tanto. Agradecí una llamada de hace ya tiempo de Santi Casanova,
alguien realmente entregado y desprendido, invitándome a participar en iMisión.
Un Regalo con mayúsculas, él e iMisión. Éste fin de semana casi todo el equipo
se reunirá en la provincia de Madrid para preparar el curso. Yo no podré ir; me
duele. Me acercaré con mi mujer y mis hijas el domingo. ¡El mejor día! Os pido
oraciones por ellos. Las debilidades de cada uno suman las fortalezas de un
gran proyecto. Apoyad con la oración.
A uno, a veces, le pesa no llegar, no poder, no saber
multiplicar el tiempo ni las fuerzas. Pongo ese peso a los pies de la
Misericordia y lo balanceo con la oración. La fe cuesta; la fe lleva al
descanso. Les pongo a todos en manos del Perpetuo Socorro de María y les
encomiendo a un inmenso misionero, San Alfonso. ¡Cuántas veces lo he imaginado
tuiteando su Teología moral! Si
normalizó como lo hizo el lenguaje en las homilías en pleno siglo de las luces
para acercarlo al pueblo qué no habría hecho de haber conocido internet, las
redes sociales, la iEvangelización…
En fin, que os pido ese pequeño regalo para iMisión y cada
uno de sus miembro. Desde ya os lo agradezco. Acabo como empecé, dando gracias.