Soy un tipo raro, muy raro. Cuestiono y me cuestiono. Y estos
días vengo cuestionando mis niveles de tolerancia como valor cristiano. Son
realmente bajos si los comparo con el buenismo infinito que se expande escorado
de manera general.
Yo, qué queréis que os diga, comprendo divinamente a Simón
Pedro. Primero me apiado de Jesús que es el realmente agraviado e injustamente
prendido; luego me apiado de Simón Pedro, comprendiendo su arrebato; por
último, a muchos cuerpos de distancia, lamento que Malco perdiera su oreja.
Pero nada más.
Mis niveles de tolerancia se ve que no pasan por sus mejores
momentos. Envidio a los gigatolerantes, la verdad. Quizás me gustaría que la
tolerancia fuera acompañada de la ecuanimidad precisamente para que fuera idéntica
para todos, altos, bajos, negros, blancos, rubios, morenos, pobres, ricos,
judíos, cristianos, agnósticos, lisiados, perfectos… Porque lo que no entiendo
muy bien de unos y de otros es que la ira se enciende con facilidad hacia los
extraños y la tolerancia se apaga con los contrarios, mientras que el buenismo
complaciente y bienpensante enardece los corazones similares y disculpa aquello
que, siendo digno de perdón y misericordia, no es desde ningún punto de vista
disculpable. Quizás la culpa la tenga mi formación jurídica, quién sabe, y el
escrupuloso respeto al estado de Derecho y la convivencia pacífica. Claro que
para una real convivencia pacífica son necesarios unos mínimos niveles de
sensibilidad y educación (educación no simplemente académica), porque la
convivencia estable y pacífica no puede estar al albur de que unos callen y
aguanten. Unas veces aguantan unos, otras veces aguantan otros. Eso no puede
ser, ese no puede ser el equilibrio porque precisamente es el antiquelibrio que
cuando se rompe explosiona.
La conciencia más sana es aquella de natural ecuánime; opinión
personal, como tantas otras, que en conciencias ajenas uno no ha de meterse nunca.
Yo soy tan raro que considero perfectamente combinable y
compatible el más sincero perdón cristiano con el cumplimiento estricto de las
leyes civiles. Puedo perdonar, pero no justificar. Y el perdón no lleva nunca a
la connivencia.
Mi corazón está con Cristo, luego con Simón Pedro, después
con Malco.
Mi corazón está con Irene Villa, con la comunidad judía, con
la familia de Marta del Castillo… el perdón para quien agravia también. El
perdón, pero ni entiendo ni comparto los algodones.
Insisto hoy como lo he hecho en otras ocasiones. No tengáis
miedo a las redes sociales. Tenedles el miedo que os tengáis a vosotros mismos
y vuestra conducta en cualquier ámbito. Sed consecuentes. Sedlo dentro y fuera
de la red. Sólo eso.
Gente despiadada la habrá siempre, revestida o no de un halo
de cultura. Dedos acusadores que traten de indagar y buscar defectos y
tropezones también existirán; eso tampoco es nuevo ¿en qué años y quién puso de
moda los dosieres en la política cuando no existían las redes sociales? Nada
nuevo bajo el sol.
Quien conoce toda nuestra vida, luces, sombras, secretos,
miedos y debilidades, Aquel que nos juzgará es el todo Misericordioso que nos
regaló la Redención. Estad tranquilos. Tened fe. Sed buenos. No tengáis miedo que Él valorará sólo el Amor de vuestros tuits.
Y, por favor, pedid por mí, para que aprenda a ser más
tolerante a la Luz del Evangelio.
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