Una comunidad unida
entorno a Él, orando. La custodia sobre el altar y la voz de Manuela y nuestras
voces envolviendo ese pedazo de Pan que es el Cuerpo real de Cristo como si
fuera incienso elevándose a los pies de la Cruz; perfume para Él en forma de música
y la fe de su pueblo.
Y sobre el altar, a sus
pies, velas con el nombre de personas con nombre, rostro e historia. Una
oración para pedir por los más desfavorecidos, por aquellos necesitados de
auxilios espirituales y materiales.
Cuando una comunidad se
reúne en su nombre ocurre algo grandioso porque le hace presente, pero aún más
cuando esa comunidad se reúne a orar verdaderamente ante Él. Con normalidad,
diversa en personas, procedencias y edades. Con la naturalidad con que San
Alfonso nos enseña a dirigirnos al Hijo, como a un amigo.
Yo le hablaba en
silencio, a veces con el peso excesivo de la nada de mi silencio y la debilidad
de mi fe. En silencio, en gerundio, estando, siendo. Y llegó la oración
compartida de viva voz y las palabras de Carlos, el diácono redentorista que
presidía la oración, trayendo noticias del P José Luis Marra-López CSsR. En ese
momento los cristales de mis gafas se empañaron. Vinieron a mi memoria
demasiados recuerdos, pero sobre todo sus palabras en la misa de alma por mi
padre; nos examinarán del Amor. Él, cuando llegue el momento, se presentará al
Padre con matrícula justo en eso, en Amor, y también en caridad, entrega,
desprendimiento, sacrificio, fe, deber cumplido, Camino recorrido con los pies
sobre Sus huellas. Y humor. Un humor socarrón e inteligente. Me centré en Él
ante ese milagro que es el pedazo de Pan que teníamos ante nosotros; exponente
máximo del Amor, la Caridad, la Misericordia y la Entrega.
Una comunidad unida,
tendiendo manos y regalando corazones. El individuo sosteniéndose en los
hermanos, aprendiendo de jóvenes y mayores. La fe compartida sostiene, alienta
y empuja.
Carlos –qué gran
sacerdote se vislumbra en éste misionero redentorista- nos impartió la
bendición y yo, que soy muy mío para mis cosas, me despedí con el Nunc dimitis.
Salí de PS, llamé a mi
madre para informarla; se emocionó, y aunque a destiempo, unió su oración a la nuestra. Iglesia en Camino. Volví a casa agradecido.
Una Adoración sincera
inunda el alma; en casa, en PS, la expande y eleva. Con la naturalidad de hacer
las cosas en Familia. Charlando cara a cara con Jesús. Os lo recomiendo.
En familia, porque es ahí donde la fe se sostiene, se alienta y se empuja. ¡Qué gran descubrimiento darse cuenta de que la fe se vive en Comunidad!. Tarea pendiente: darlo a conocer suficientemente.
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