Hoy acaba #LaVoz, el show talent musical de Telecinco.
Confieso que yo no he sido seguidor de ediciones anteriores; confieso que me ha
gustado. Me ha gustado el formato de un programa blanco, para todos los
públicos y que fomenta la música. Todo positivo.
Pero me ha gustado principalmente porque este año uno de los
concursantes era Damián Mª Montes CSsR. Claro, que yo le conozca, que le
quiera, que sea parte de mi vida y de la de mi #Familia puede restar
objetividad a mi opinión. Que yo sea misionero laico del Santísimo Redentor y él un sacerdote Redentorista, en fin, no contribuye precisamente a la
objetividad. Qué le vamos a hacer. La realidad es la que es.
Y la realidad ha mostrado el valor de un cura joven, de un
religioso redentorista joven haciéndose público en los medios. Damián, mi “hermanito”
Damián, no es ni mejor ni peor que cualquier otro joven. Es un muchacho cargado
de ilusiones, anhelos, sueños, como cualquier otro. La diferencia es que su
vida no es suya porque decidió darse a los demás. Ese, quizás, sea su signo
distintivo. No se pertenece a sí mismo. A mí eso no me resulta extraño porque conozco
a muchos curas jóvenes, a muchos redentoristas jóvenes, a chicos que aún no lo
son pero se van preparando para dar un “sí” definitivo. Son los auténticos
valientes.
Damián decidió dar un paso más y poner uno de sus dones, su
voz, al servicio del Amor. Regalar un don que le ha sido regalado. Un doble
valiente por decidir exponerse públicamente, con la anuencia de su entonces
superior provincial y de su obispo. Porque a Damián le gusta hacer bien las
cosas, y eso es hacerlas bien. Su valor dando el paso de hacerse público en la
televisión y someterse a las críticas ha sido todo un éxito. Y no me refiero al
resultado de sus apariciones. Ha sido un éxito de evangelización porque ha “normalizado”
lo más normal del mundo, ha abierto a muchos la visión de que un chico normal
diga “sí” al Señor y se decida a seguir sus pasos. Ha normalizado a un cura, a
un religioso con alzacuellos eliminando todo atisbo de rigor. Lejos está el rigor
de Damián como de cualquier Redentorista que son exponente vivo de la
benignidad pastoral. La realidad de que el hábito no hace al monje, lleve
sudadera o alzacuellos.
Conozco a mucha gente que, gracias a su paso por el programa, se ha replanteado su visión de la Iglesia; conozco a mucha gente que, gracias a
su paso por el programa, se ha decidido a dar un paso de acercamiento. Lo cierto
es que ese primer paso fue de Damián, y por lo tanto de la Iglesia.
Cuando me enteré de su paso por el programa lo acogí con
alegría, ilusión y un fiel apoyo; en ese mismo momento recordé las palabras de
otro joven redentorista en su homilía de despedida de PS: “haced caso a las
intuiciones de Damián porque son buenas”. Y esta lo ha sido.
Acaba el programa pero no acaba el Padre Damián. Continúan él
y tantos otros jóvenes redentoristas, y tantos jóvenes sacerdotes. Él ha
enseñado a muchos que no tenían un contacto directo con la vida de fe, la
felicidad de la fe, la alegría del Evangelio, una Iglesia joven y en gerundio.
Ha mostrado un Camino. Su simple presencia lo ha hecho. Su actuación personal
lo ha refrendado.
Y todo ello sin que su enorme labor pastoral cotidiana se
haya resentido ni un ápice. Y todo ello con la normalidad y naturalidad de siempre.
Por eso hoy, quiero aprovechar para darte las GRACIAS. Eso sí,
Damián, lo sabes. ¡Cómo me habría gustado verte cantar con el hábito!
Él sigue. Seguimos. En Camino. En gerundio. Scalando en
Familia.
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