“Tengo ante los ojos,
Señor, tu bondad.” Es
curioso, pero este sencillo versículo del libro de los Salmos propuesto para
la liturgia de hoy, me ha traído a la cabeza una imagen nítida.
Es la imagen de un hombre bueno, entregado, trabajador,
servicial. El rostro de un hombre que acompaña, sostiene, da paz. La cara de la
fe, la entrega, la sensatez. La voz de un predicador extraordinario.
Escucha, alienta, se implica, amansa, forma, genera comunión.
Aúna esfuerzos, lima asperezas. Siempre está dispuesto. Nunca muestra la más
mínima señal de queja o de cansancio. Valiente, discreto, humilde. Creo que
todos los que le conocen no pueden sino estar de acuerdo con mis palabras.
En un simple curso académico se ha hecho un hueco tan firme
como su fe robusta. Un hueco firme y necesario en la comunidad a la que sirve.
Un hueco cálido y confortable en el corazón de quienes le conocemos.
Su consejo no muestra simplemente el latido de un corazón
inabarcable, enseña la incomparable sensatez de quien es brillante sin
pretender destacar, de quien es tan inteligente como para parecer casi en un
segundo plano (porque el importante es siempre el otro).
Es un chaval joven, como tantos otros. Con una ilusión
infinita y una entrega inacabable. Mirarle a los ojos es ver el alma limpia de
un hombre bueno, es ver la bondad del Señor tras cuyas huellas camina. Sí,
porque éste muchacho es un diácono del que nos beneficiamos todos los que
formamos parte de mi comunidad parroquial. No solamente niños o jóvenes,
cualquiera, porque su sola presencia acompaña; a veces casi sin palabras.
Cada vez que le oigo predicar en PS y veo la estatua de San
Alfonso pienso lo inmensamente feliz que debe de estar desde el cielo. El
pasado día 27, cuando le vi vistiendo el hábito redentorista blanco que le
regalaron en Filipinas, casi me dio un colapso de orgullo.
“Tengo ante los ojos,
Señor, tu bondad”. Luego
he vuelto a poner los pies en el suelo, pero al escuchar esto, ha sido Carlos
quien ha venido a mi cabeza. Por eso, Señor, te doy gracias porque nos regalas, en
Carlos, tu bondad, y en gerundio; porque siempre nos das lo que más necesitamos. Y hacerlo así, con discreción, como sin darte
importancia. Que no olvidemos nunca que en sus ojos tenemos la Luz de Su
bondad.
Y que sepamos reconocer la bondad del Señor en los ojos de tantos que pone en nuestro camino. Reconocer la bondad es abrirse a esa misma bondad y dejarse atrapar por ella. Porque la Luz atrae hacia sí. Estad atentos. Sabed descubrir la bondad en los semejantes. Que no nos fijemos en los absurdos superfluos, en las nimiedades. Dejémonos atrapar por la bondad y seremos un poco mejores.
Y que sepamos reconocer la bondad del Señor en los ojos de tantos que pone en nuestro camino. Reconocer la bondad es abrirse a esa misma bondad y dejarse atrapar por ella. Porque la Luz atrae hacia sí. Estad atentos. Sabed descubrir la bondad en los semejantes. Que no nos fijemos en los absurdos superfluos, en las nimiedades. Dejémonos atrapar por la bondad y seremos un poco mejores.