Esto de la itineraciancia es complicado, supone una
generosísima capacidad de desprendimiento difícil de entender desde el plano
meramente humano. Los misioneros itineranentes parten de una visión diferente
del común, y esa visión tiene mucho de su entrega inicial, de su entrega total
el día de su profesión perpetua. En ese día se desposeen de su vida para
entregarla plenamente a Cristo en cada uno de aquellos a quienes acompañaran a
lo largo del camino. En una semana, si Dios quiere, mi mujer, mis hijas y yo seremos
testigos de esa generosidad absoluta con el “sí” de dos jóvenes Redentoristas,
Carlos Galán y Pablo Jiménez, en el Santuario del Perpetuo Socorro de Granada.
Desparramarán el anuncio de la sobreabundante Redención con sus palabras y sus
actos. Crearán lazos, generarán afectos, sanarán almas, edificarán ánimos,
regalarán esperanza y partirán de nuevo a otro destino. Esa será su vida. Como
la de todos los religiosos itinerantes.
Hoy, tercer domingo de Cuaresma, en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid, hemos
celebrado la Eucaristía de despedida del P Pedro López. Entre unos servicios y
otros ha pasado en esa comunidad 19 años. Yo no llevo nada bien esto de la
itinerancia. Sé que no es más que por un punto de egoísmo del que no consigo
desprenderme, pero esa es la verdad y así lo reconozco. Los afectos y las distancias
no dejan de desgarrar un poquito el corazón. No me importa que sea así, es más,
me alegro. Eso quiere decir que estoy vivo y siento. Comprendo que cuando uno
ha sido un privilegiado por la compañía de un Pastor fiel, en el fondo, ha de
alegrarse porque otros puedan también beneficiarse. Y yo me alegro. Pero las
despedidas… Con el tiempo sé que el valor del pastor es también una empresa de
futuro; el valor no es sólo el del presente, si no las huellas que dejan como
surcos. Surcos donde pueda germinar semilla fértil y fuerte regada por los
recuerdos y la palabra y compañía de otros; es así como la Palabra florece.
La celebración de hoy ha sido una explosión de Familia, felicidad
y alegría. Un templo a rebosar. Niños, jóvenes, adultos, mayores. Familia Redentorista.
De la mano de Pedro vinieron mi entrada en el Grupo de Laicos de PS Madrid y mi
promesa como Misionero Laico del Santísimo Redentor. Ese abrazo del 18 de julio
en el Monasterio Redentorista de Nuestra Señora del Espino, en Santa Gadea del
Cid, me acompañará siempre.
En el presbiterio había 12 sacerdotes redentoristas desde los
28 años a más de noventa. Caras de alegría de unos hombres santos. Viéndoles,
conociéndoles, queriéndoles se entiende que la llama de las vocaciones en la
Congregación del Santísimo Redentor continúe viva, que siga habiendo jóvenes
que se planteen su sí al Señor atendiendo a éste carisma peculiar y en ésta
Familia concreta. Son gente feliz, normal, atrayente. Un carisma hoy compartido
con los laicos en una misión común.
Pedro parte a Granada, a su tierra natal, pero permanece aquí
en el corazón de muchos que seguiremos scalando en Familia.
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