“Temamos, no sea que,
estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros
crea que ha perdido la oportunidad”. Tal cual, ni más ni menos que con semejante versículo
comienza la lectura de la Carta a los Hebreos propuesta para hoy. Yo quiero ver
en ella toda una oportunidad de conversión, toda una llamada a la conversión
personal.
Cada mañana, cada nuevo día, es una nueva oportunidad. El sol
que nace de lo alto nos visita a diario. Aprendamos a descubrir esas
oportunidades que Él nos regala. La primera la tenemos bien a mano y no es ni
la jornada ni el tiempo; ese individuo con quien te encuentras cotidianamente
en el espejo… o te enfrentas a él o lo acoges. Ahí lo tienes, despeinado nada
más salir de la cama, legañoso y somnoliento. Esa es tu primera oportunidad.
Aprende a ver a Dios en ti. Ese milagro que supone que un montón de células
funcione como un engranaje perfecto siendo tan débil sólo es posible por la
presencia de Dios en ti. Descúbrete, conócete, acéptate y empieza a ver en ti un
sujeto precioso de la Creación; el más preciado. Estás llamado a señorear la
tierra; desde lo diminuto, desde lo aparentemente insignificante. Se encarnó y
se hizo uno como tú, que también amanecía legañoso, despeinado y somnoliento. Empieza
a quererte y empezaras a querer a tu Creador; empieza a conocerte y empezarás a
conocer una imperfecta y quizás distorsionada imagen suya.
Ahí estás y esa es tu mejor noticia independientemente de las
circunstancias. Porque por ti fue todo. Su encarnación, su muerte y su
Resurrección. Fuiste todo para Él; eres todo para Él. ¿De verdad crees que no
merece la pena? ¿No ves la oportunidad en ti mismo? Has sido receptor de la
Buena Noticia. Esa Buena Noticia fue directamente por ti. Mírate a los ojos
mirándole a Él y verás que no eres tú, deja que sea Él quien viva en tí.
Y cuando flaquees, aunque dudes, acércate a un iglesia, ahí
le tienes, reservado en el Sagrario también para ti. Participa en una
Eucaristía, da igual en qué iglesia, porque ahí contemplarás de nuevo Su
historia. Aprende a ver que en ese Pan y ese Vino está también la fuerza de tu
oportunidad. Se te ofrece a ti. Sí, precisamente a ti porque estás cansado y
agobiado. Gracias a las manos de cualquier sacerdote se actualiza la Historia.
Te está esperando.
Como te espera cada mañana frente al espejo. No deseches la
oportunidad. Cuando dudes, mira a tu hermano, a quien tengas a tu lado. También
fue por él. Quizás ni lo sepa, pero lo fue; lo es. Puede que lo descubras en
otro antes que en ti mismo, que sea otro quien abra el misterio de tu interior.
Cuando lo asumas comprenderás que no hay vuelta atrás. Cuando lo acojas te
verás contándoselo a otros para que descubran y aprovechen la oportunidad. Entonces
te importará más fijarte, cuando caiga el sol que nos visita de lo alto, en lo
que te ha ocurrido: te has levantado y has cogido tu propia camilla. Pero ¿para
qué te llevas la camilla? ¿Por qué no has salido simplemente andando? Te lo voy
a contar, te lo debo contar. A mí me dio la clave mi amigo Damián Mª Montes
CSsR en una homilía hace un par de años. ¿No lo intuyes? Cogiste esa camilla
para llevarle a otro y que lo sane. Hace nada estabas tú mismo ahí tumbado,
ahora buscas a otros para que sean sanados. También en la red.
Verás que no estás sólo. Nadie puede llevar sólo una camilla
cargada, se lleva entre varios. Y varios formáis ya una Comunidad. A que es precioso. ¿No lo ves?
Aún no ha terminado de ponerse el sol y ya eres consciente de que solamente dándote esa oportunidad, aprovechando la oportunidad entrarás en su descanso. ¿Ocaso o amanecer?
¿Estás vivo? Pues aún estás a tiempo.
Sin darte cuenta te verás scalando en Familia.
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