Me gusta San Jerónimo, me cae simpático. Aunque realmente, lo que se dice simpático, no sé yo… Mucho más allá de su traducción de la Biblia (aunque eso ya bastaría), de su obra, lo que realmente me atrae de éste santo es su carácter. No porque ser directo sea atrayente; no porque ser sarcástico sea atrayente; no porque la energía de ánimo en sí misma sea atrayente… más bien por todo lo contrario. Todo un carácter abrazado también a la ternura.
Me atrae porque la acidez dialéctica, la pasión, los prontos, la imaginación, incluso la ira, son características que comparte con un individuo al que voy aprendiendo a coger incluso cariño con los años, y con el que me encuentro cada mañana frente al espejo en el cuarto de baño.
Ya, que sí, que es lo único que comparto con el santo, pero eso no deja de ser un motivo de esperanza. ¡Un enorme saco de pecados puede llegar a ser santo! Eso ya lo sabemos, pero tener identificados en un mismo ejemplar un buen número de mis mayores defectos… aumenta la esperanza.
Un carácter que me lleva, casi cada vez que escucho lo de ir a trabajar a la viña, a responder con un sonoro, rotundo, enérgico y malhumorado “no quiero”, aunque luego vaya. Porque acabo yendo, aunque la mayor parte de las veces no sepa ni cómo; ahí me veo, aunque la mayor parte de las veces no sepa ni para qué.
Quizás sea un buen ejercicio para cada uno de nosotros, identificar no solamente nuestros más llamativos puntos de mejora, sino los pecados que sólo le confesamos a Él en la reconciliación y ver qué santos han compartido nuestras mismas debilidades. Porque de todo ha habido, pero como todos han Amado, así los reconocemos, como santos. De todo, desde el Buen Ladrón a San Andrés Wounters de Heynoor, cura borracho y mujeriego del siglo XVI que sufrió martirio a manos calvinistas repitiendo su famosa frase: “Fornicador siempre fui, pero hereje, nunca”. De todo.
Cuando nos licuemos tanto como para creer que nuestras debilidades nos van a vencer; cuando nuestras debilidades nos vencen, no es mala cosa echar mano del ejemplo de esos santos que cayeron como nosotros; de esos santos que se superaron a sí mismos; de esos santos que hicieron de su Vida un ejemplo de camino ascendente.
Fijémonos también en ellos y encomendémonos, porque siguen repartiendo Vida. De modo que ánimo, amor a Dios y perseverancia que, como enseña San Alfonso, son las dos gracias más necesarias para la salvación. Eso sí, sin olvidar que el amor a Dios no es tal sin el amor a quien tenemos al lado o al que está lejos; al hermano.
Yo hoy doy gracias por el lado más humano de San Jerónimo que, aunque no sea el más erudito, sin duda es el más divino. Doy gracias porque lo intento, y porque no lo hago sólo, lo hago en comunidad y unido en la oración a los que están distantes. Scalando en Familia.
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