Una de las diferencias entre la pobreza y la miseria es
precisamente aquello que define y califica a quien no se fija en su propia riqueza y le separa de quien
no para de señalar las pobrezas ajenas. Porque hay personas ahítas de rencor,
de soberbia, tan alejadas de la luz que lo ven todo negro, tan enriquecidas de
miserias de otros que no son sino unos miserables. Lleven jeans, alzacuellos,
zapatillas de deporte, mono, uniforme militar, smoking o hábito de monja mediática, su estrechez de miras se circunscribe a pegar el ojo a la cerradura del corazón humano a la búsqueda ávida de miserias. Miserables.
Ayer falleció un paisano mío. No me voy a fijar en lo que se
llevó, porque eso es el cúmulo de una vida y una conciencia, y aquello que se
llevó sólo le interesa a Dios que es a quien se lo habrá de presentar. Y a buen seguro le
habrá mirado con tanta misericordia como mirará en su día a los inmisericordes
miserables que señalan con unos dedos larguísimos y muy tiesos, escondidos tras
falsas sonrisas beatíficas.
Lo que se llevó es cosa suya y del Creador. Yo me fijo en lo
que dejó tras de sí, y lo hago teniendo en cuenta la particularidad de que este
paisanuco mío podía haber vivido una vida absolutamente relajada, sin haber
trabajado ni un solo día de su existencia. Sin embargo recorrió una vida sembrada de
trabajo, dejando tras de sí riqueza y puestos de trabajo; así, fríamente y sin
demagogias facilonas. No solamente llevó el nombre de su ciudad, Santander, por
el mundo entero, sino que se empeñó de igual forma en generar riqueza en ella
de una manera constante e imparable. Obras sociales, donaciones multimillonarias
que contribuyeron a hacer del Marqués de Valdecilla un hospital puntero del
sistema público de salud, el impactante Centro Cultural que no llegó a ver en marcha (a pesar de haber pagado para su construcción hasta las obras de adaptación urbanas), becas, dotaciones económicas a Universidades… Me fijo en esto porque es lo público, ni hablo de su
familia, ni de la dimensión privada de otras “obras sociales” precisamente por
ser privadas. Y hoy, los empleados que quieran pueden acudir a la Eucaristía
que se celebrará en la Capilla que quiso que se instalara en la Ciudad
Financiera que se empeñó en levantar. Vamos, todo muy carca. Capilla, rezos…
Carca y bíblico, porque en cuanto los heredó se puso a negociar con sus talentos
y los multiplicó…
Podía haber visto la vida pasar, pero se pasó su vida mirando
al futuro, innovando, generando empleo, trabajando. Hoy, ya al otro lado del
ojo de la aguja, habrá visto cara a cara a su Redentor. Descansa en Paz,
Emilio. Lo harás, mientras otros miran la vida con el ojo pegado a la cerradura
de las miserias humanas, quizás por miedo a ver las propias.
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