He tenido la suerte de escuchar una homilía extraordinaria,
de esas que alientan y hacen pensar, de las que elevan el espíritu, cuestionan
y empujan a continuar scalando en familia. Ha sido en la misa de 20:00h del
sábado, en la iglesia de San Martín, en Cabezón de la Sal. Don Pedro, el
párroco, con una sencillez y rotundidad a prueba de diccionarios y sesudos
tratados de teología nos ha estado hablando a la asamblea –pero de manera
personal, alcanzando la individualidad de cada uno- de la relación con Jesús.
No de algo irreal, no de una idea aprendida y asumida inconscientemente, no.
Más bien nos ha planteado a cada uno de los presentes, como una pura entelequia
aristotélica, cuál era nuestra relación personal real con Jesús. No una definición
exacta ni una respuesta teórica a la pregunta dirigida en presente a cada uno
de nosotros …«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», sino cuál es en verdad
mi relación personal con Jesús hoy, en mi vida, en mi mundo.
Lo sencillo va tan a menudo de la mano de lo profundo y
transcendente que ni lo vemos, ni lo apreciamos. De eso saben mucho los
humildes curas de pueblo que, como Don Pedro, desgastan su vida por todos
desparramando la Palabra y la presencia viva de Cristo no en un lugar único,
sino atendiendo a varios pueblos, aldeas, barrios o parroquias. Vidas a lomos
de un animal, subidos en un pequeño ciclomotor o en un destartalado utilitario.
Sirviendo a sus feligreses que, quizás en demasiadas ocasiones, ni reparan en
su vida real, la auténtica. Demasiadas veces somos ingratos, magnificamos un
mal día, nos enmarañamos en chismes sin pararnos a ofrecer nuestro tiempo,
nuestra sonrisa, ni siquiera nuestra comprensión, a quien nos regala el Cuerpo
de Cristo, nos confiesa, nos bautiza, nos entierra o simplemente sí nos
escucha. Demasiado ombligocentrismo y ensimismamiento y poco reconocer a Jesús
en nuestro propio cura del pueblo.
Hoy ha sido uno de esos días en los que el sacerdote ha
conseguido, como diría mi amigo el Padre Damián Mª Montes CSsR, que yo salga del
templo “levitando”. Por eso quiero homenajear, en Don Pedro, el Párroco de
Cabezón de la Sal, en Cantabria, a todos los curas de pueblo que entregan su
vida, que dan su vida, que regalan Vida a diario, desdoblándose y no
precisamente gozando de las mejores condiciones. Muchos son grandes hombres
anónimos que no alcanzarán en vida un solo reconocimiento, pero que encontrarán
un puesto de honor en la Mesa del Padre. A fin de cuentas, por lo que entregan
sus días es porque sus feligreses sepan que ese puesto se nos regala a todos.
¡Gracias!
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