Cuando el 2 de marzo de 2005 subieron a la habitación de la
clínica San José de Madrid a una personita recién nacida, mi hija mayor, casi
ni me atreví a besarla; me invadió una suerte de consciencia real de que aquel
ser humano no era mío: responsabilidad. Hice una señal de la cruz sobre su diminuta frente y, a continuación, la besé. Era mi hija, sí, pero no en el sentido
posesivo. Fui realmente consciente de que era una criatura de Dios, y que fue Él
quien nos eligió a mi mujer y a mí como sus custodios. Y, como custodios suyos,
la primera idea que del Amor de Dios habría de tener sería el nuestro; la más cercana
extensión del Amor de Dios, la nuestra; la más viva y primera presencia de Su
Amor, nuestra conducta; la más viva presencia del Reino, nuestra propia vida;
la mayor alegría de Su Amor, su propia libertad. Con estas premisas comencé mi
temblorosa andadura como padre. En el seno de la familia es donde unos padres
pueden hacer real la presencia del Reino en la tierra.
Uno, a veces, se tambalea, duda, tiene miedo. Pero cuando la
Meta es clara, cuando la Roca es firme, las torpezas propias y reiteradas del
ser humano se vencen. No se vencen por uno mismo, se vencen con fe; la propia y
la de los demás: familia, acompañante, comunidad. Mi debilidad me hace tener
claro que por mí mismo sería prácticamente imposible recorrer una senda recta
por el camino de Cristo.
Desde aquel 2 de marzo al 9 de agosto de 2014, han pasado más de
nueve años. No un simple transcurrir del tiempo, sino Vida compartida. En este
lapso, hemos tratado de ir preparando a Toya para lo más natural: la Vida. Toya
ha ido haciéndose mayor, en un entorno normal, en una Familia normal, con unos
amigos normales. Una niña más, normal.
El nueve de agosto, tras tres años de preparación, Toya
recibió a Cristo, comulgó por primera vez. Y lo hizo en una ceremonia familiar,
especialmente familiar, en una pequeña capilla vinculada a su intrahistoria
familiar. Tomada de la mano de Jesús, se hizo una con Él y para siempre.
Confieso que me sentí orgulloso. Un orgullo sano y exento de cualquier
vanagloria. Nos iremos equivocando, como cualquiera, pero creo que vamos
ejecutando el trabajo encomendado de una manera acertada: amarla, enseñarla a
amar, hacerla sentirse amada, amando a Dios por encima de todo.
Cristo vivo se hace presente cuando el amor, a pesar de las
torpezas, a pesar de los nervios, a pesar de los miedos, se hace presente. Cristo vivo se ha hecho
presente los días previos, en los desvelos familiares, en la preparación de la
celebración; como se ha ido haciendo presente en el ejemplo de los catequistas
que la han ido preparando, en cada uno de los Redentoristas que el Señor ha ido
poniendo en su camino. Creo que Toya no olvidará este día. Sé que no olvidará
este día. Pido que no olvide este día. No olvidará el cariño y los esfuerzos de
su tía Teresa. No olvidará el cariño y las palabras del celebrante; no olvidará que
le regaló y puso en sus manos el Cuerpo de Cristo por primera vez. Al acabar la
ceremonia, alguien me dijo algo que me emocionó: “qué ceremonia tan, pero tan
bonita. Se nota que el sacerdote es de la familia. Se nota que el sacerdote os
quiere”. Me emocionó porque esas fueron hace un tiempo las palabras de Toya,
que le quería como si fuera “el tío Jorge”. Me emocionó, aunque quien las
pronunció no sabe que ese celebrante se da por entero en cada Eucaristía, en
cada celebración; como tantos otros.
Es afortunada porque son muchos los redentoristas que la
quieren y a los que quiere. Es afortunada porque hay Amor en su vida. Me siento
por ello agradecido y satisfecho. Es afortunada porque va haciendo su propia
scalada por la Vida y la va haciendo en Familia.
Orgulloso y satisfecho porque el Señor le concedió a mi madre
vivir este momento con una nieta más; orgulloso y satisfecho porque comulgó
ante Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Sí, orgulloso y satisfecho.
Orgulloso, satisfecho y agradecido porque siento que el Señor
me Ama a mí cuando Ama a mis hijas. Agradecido por mi Familia, por mi Comunidad, por mis amigos, por la Vida.
Desde mi debilidad, junto a mi mujer,
seguiremos enseñando a Toya a ir por la Vida scalando en Familia. Sólo puedo
dar gracias a Dios. El camino continúa.
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