Cuando una historia de amor es realmente una
historia de Amor, el protagonista no es otro que el Señor, porque es Él quien
Ama. El ejecutor es uno mismo, pero de una fuerza superior que ni siquiera le
pertenece. Puedes luchar; claro que puedes hacerlo. Puedes discernir si aquello
a lo que te ves impelido viene de ti mismo, o es empujado por el Espíritu. Una
vez que lo sientes con nitidez, o el miedo (cualquier tipo de miedo) te hace
recular, esconderte o huir, o simplemente te abandonas y te dejas hacer. Cuando Él ama todo es fácil. Él ama siempre, todo, a todos y en todo momento; pero tenemos tendencia a olvidarlo.
No me refiero ahora al amor humano, que por
esa misma vía se hace divino, por ejemplo, en el matrimonio (como dice un amigo
mío, y como a mí me ocurrió). Hablo de un impulso sutil que te lleva a amar lo
que nadie ama, a quien nadie ama. Aparentemente, porque son muchos los que aman
así, aunque lo expresen de diferentes maneras. Y, en el fondo, todos amamos al
Único y es Él quien lo hace.
Mi historia comenzó antes de que yo lo
supiera, antes del antes. Y tras luchas, tras jugar al escondite, es Él quien
te señala el camino. Decidir seguirlo o no, es esa parte juguetona del libre
albedrío. Pero no sólo nos presenta el camino, nos va dando pistas, y poniendo
a personas (“regalos de lo Alto”, que diría otro amigo) que van iluminando Su
sendero. En ese sentido, mi vida es la de arcilla moldeada por mi madre en el
seno de una familia extraordinaria, tan extraordinaria como cualquier otra,
posiblemente.
Mi historia es la de una vasija a la que se
le presentó el regalo que estaba esperando desde el inicio de los tiempos, mi
mujer, mi Amor. Una persona de las que sostienen, alientan y empujan. Mi camino
de santidad en el matrimonio, y a ambos nos dio en custodia a nuestras dos
hijas. Sin ella, mi historia de salvación sería otra; sin su comprensión,
cooperación, apoyo y asunción de Su proyecto, yo no estaría completo. Por eso,
cuando un 19 de mayo de hace ya algunos años el soplo del Espíritu me puso ante
uno de esos regalos de lo Alto, no me puso a mí sólo, nos puso a toda la
familia. Su proyecto continuaba. Yo no se lo ponía fácil. Ella me apoyaba.
Sin darme cuenta me vi scalando en Familia,
queriendo abrir mis manos, darlas; queriendo tener un corazón más grande;
darlo. Me vi conjugándome en gerundio hacia Él tras San Alfonso y su familia.
Por eso aquel redentorista del 19 de mayo camina con nosotros aunque ni nos
veamos, ni hablemos tan a menudo como me gustaría; es parte de nosotros mismos.
No hace falta más. Por eso otro redentorista ha sido fundamental en mi pequeña
historia, al que queremos y quien, en un cierto sentido, ha creído en Su
pequeño proyecto para mí; el que el viernes 18 de julio, en el Monasterio de El
Espino, en Santa Gadea del Cid, recibió mi compromiso y me agregó la
Congregación como Misionero Laico. No sólo el mío, también el de otros cuatro hermanos de Granada: Mª Isabel, Juan Manuel, José Luis y Juan Carlos.
Con tensión contenida, con emoción,
acompañado de María y mis hijas, rodeado de laicos redentoristas de toda
España, ante el Padre General, con mi Comunidad de laicos del Perpetuo Socorro
de Madrid, con la sorpresa de dos familias de nuestro grupo de matrimonios.
Dentro del ritmo de una Eucaristía preciosa fui desgranando un firme,
contundente y sentido “Sí, me comprometo” a cada una de las cinco preguntas. Fue fácil. Estaba en Familia. Pero no
solamente fue fácil por estar en Familia. Lo fue por ser la constatación de un
Proyecto que no es mío; es acogido, abrazado y deseado por mí. Cuando cada
persona es consciente del proyecto que el Señor tiene para él, tiene la
responsabilidad de saberse poseedor de un regalo de Salvación que no es propio.
Algo así no puede dejar de gritarse.
Soy yo quien ama, pero lo hace Él. Sin
tonterías, sin engreimientos, sin falsas modestias y cargado de montones de
torpezas. Fue fácil porque se acogía lo que ya llevaba viviendo algún tiempo.
Fue fácil por algunos whatsaps días antes con Rafa, por Daniel, Mónica y sus
hijas, por Antonio e Inma (el cariño y la cercanía de Inma), por tantos, por
todos. Fue fácil porque sentía a cada uno de los religiosos Redentoristas que
estaban allí como miembros de mi Familia. Fue fácil porque me acompañaba Fernando, un pequeñín enorme que había fallecido días antes. Fue fácil por mis queridos jóvenes
de PS, por mis queridísimos Lalo y Guille. Fue fácil por Joaquín. Fue fácil porque
estaban conmigo muchos más de los presentes. Fue fácil porque era mi sitio. Fue
fácil porque era la continuación de la historia de mi Vida. Fue fácil por
Nuestra Madre del Perpetuo Socorro. Fue fácil por San Alfonso, que ahí estaba. Fue fácil
porque fue natural. Fue fácil porque es la verdad de Su proyecto para mí. Fue fácil
porque mi debilidad es infinita. Fue fácil porque cuando Él ama todo es fácil.
Que cuando
no lo sea cuente con la ayuda de Cristo Redentor.
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