Hoy es 27 de junio, festividad de Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro, y mi madre cumple ochenta años. Para un hijo abstraerse de su
propia historia y mirar a su madre con objetividad es casi imposible. Cuando
desde esa perspectiva la miro, veo a alguien que encarna la personificación
del ser y el deber ser con una naturalidad sorprendente y admirable.
Su vida es una vida de entrega, de dignidad, de sentido
del deber, de donación, de fe. No es una superviviente de un mundo caduco, es
la transmisora de lo mejor de un mundo pasado con la mirada puesta en el
futuro. No es una anciana de ochenta años, es un niñuca de ochenta años que
atesora la sabiduría de su edad, la esencia de un pasado que hace presente y la
mente abierta que sólo las personas inteligentes poseen. La sensibilidad de las
grandes almas que saben que la cuna, si algo trae cuando ésta se ubica en un
estado determinado, no es sino
obligación; comprender esto es entender la vida propia como servicio. A su mesa
se ha sentado desde el viejo Rey Don Juan a intelectuales, músicos, escritores,
pintores y también desvalidos; con igual desvelo, con igual dedicación y con
igual naturalidad, porque la grandeza del corazón sobreentiende
engrandecer a los humildes. Esa grandeza
que lleva a encarar la adversidad con firmeza y sonriente. Eso es lo que
siempre ha regalado, lo que siempre regala a sus calvarios: una sonrisa, la
oración de una sonrisa. La sonrisa que nace desde lo más profundo de la fe. Su
vida engrandece a sus antepasados; su vida es una mirada de frente a los
problemas; su vida es un ejemplo de superación que la llevó a saber cuadrar y poner
en su sitio al poderoso caballero, porque sabe que la esencia, lo importante, está en Otro sitio; su vida honra al Señor; su vida es entrega, y eso no es sino
Amor.
Su mayor desvelo es, sin duda, su Familia, de un modo
amplio, extenso y generoso hasta el extremo. Mi madre no ha sido simplemente
hija o esposa; no es simplemente madre o abuela. Como tantas mujeres discretas,
su Vida es un regalo a los demás. Como tantas mujeres, como tantas madres,
primero están los demás, y luego, mucho después, está ella misma. Un camino
firme y sereno, precisamente porque conoce el Camino y confía en el destino
final.
Todo lo que yo pueda decir es nada cuando sencillamente la
miro como un hijo a su madre. La miro así y no veo más que Amor, y yo soy un
niño y ella mi Madre. Veo a esta jovencita de ochenta años y se que siempre ha
tenido un ventanuco abierto en el corazón de sus hijos por el que siempre ha
sabido, siempre sabe… y eso le hace gozar con nuestras dichas, y eso le hace
sufrir con nuestros errores y dolerse con nuestros dolores. Los vientos del
tiempo han ido horadando su piel, pero no han podido con su mirada ni con su
sonrisa. La entrega y la adversidad no han hecho sino engrandecerla. La miro y
sigo siendo un niño y ella una joven madre. Creo que algo así le pasará al
Señor de los tiempos, que conoce realmente nuestro corazón.
Hoy es el día de la Virgen, nuestra Madre del Perpetuo Socorro, y yo
soy un hombre, esposo y padre, pero me sigo sintiendo en brazos de mi madre y
mi mano sobre la suya. Y ahora, como hijo, quiero que descanse precisamente en
nosotros, sus hijos, pero creo que una madre no descansa nunca. Hoy la Virgen le ha hecho el mejor
de los regalos y casi parece que una pequeña parte de la parábola se puede
cumplir; se sacará el mejor vestido, se matará al becerro más gordo… Ha tenido
el mejor y más inesperado de los regalos; incipiente pero esperanzador.
Hoy, Señor, quiero darte las gracias por mi madre; hoy
Señor, te doy las gracias por su Vida y te pido que nos la regales muchos años
más.
Pues si, que es una bendicion tan grande el que todavia tengas a tu Santa Madre, que hermoso te expresas sobre ella y como la relacionas con Nuestra Santisima Madre, la Virgen Maria.
ResponderEliminarDios te siga bendiciendo, y felicidades por tu querida Madre.
Gracias por compartirnos algo tan hermoso.
Bendiciones para toda tu hermosa familia