El valor, la grandeza del tesón y el esfuerzo personal los
tengo en casa: mi mujer. Pero además es la imagen viva del desprendimiento.
Acaba de terminar en un curso los dos primeros del Grado de
Magisterio en Educación Infantil. Varias matrículas, varios sobresalientes… y
ni un minuto para ella misma. Madre de dos niñas, estudiante universitaria,
catequista en PS y con un trabajo de una hora por las tardes en el Colegio de
las Esclavas de Martínez Campos que ya finalizó. Y se enfrentó a los exámenes
de junio con la presión de que yo también me había quedado en el paro. Con
esfuerzo se puede a pesar de los problemas.
Sin dejar traslucir los nervios ni el estrés. Con la
normalidad de lo que toca, sea lo que sea. Su vida es una historia de
superación.
El desfase generacional con sus compañeros de la Universidad
Francisco de Vitora, donde estudia becada, en lugar de convertirse en un
obstáculo, ha sido una oportunidad ejemplar también para muchos de ellos; “mami”, la llaman.
Estoy feliz porque todo su esfuerzo se ha visto recompensado
con unos magníficos resultados. Y sin reproches por los batacazos, con una fe
firme y la entrega de siempre. Aunque los resultados hubieran sido otros mi
admiración habría sido la misma porque encara la adversidad con fe y optimismo.
Tiempo de dar gracias a Dios. Gracias, porque los problemas
también pueden afianzar. Vamos para once años de matrimonio y, cada mañana,
cuando lo primero que veo son sus ojos, me siento igual que aquel quince de
agosto de 2002 cuando los vi por primera vez. Gracias, porque también en la
adversidad, con nuestras dos hijas, vamos scalando en Familia. En eso consiste
también este camino de santidad llamado matrimonio, en superarse juntos scalando
hacia Él. Todo por Amor.
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