Esta tarde se ha generado un espontáneo debate en Twitter.
Comenzando con la clase de Religión se ha acabado tocando el papel de la madre
y el padre en la transmisión de la fe. Las conversaciones son así cuando son espontáneas y sinceras: empiezan de una manera y terminan ve a saber cómo.
Cada uno es como es y yo, ya lo he dicho muchas veces, soy un
tipo peculiar. Tan peculiar que desde el minuto uno me entusiasmó el especial
énfasis del Papa Francisco sobre la ternura. Yo reivindico la ternura del padre
tanto como la de la madre. Reivindico, no una utopía, sino el reconocimiento de
un hecho real.
Cada vez que afirmamos que es la madre la transmisora de la
fe, que es la madre quien se encarga de la educación y el cuidado de los hijos
establecemos unas diferencias artificiales que no son solamente lingüísticas,
sino que contribuyen a asentar estereotipos alejados de la realidad y de la
sociedad actuales. Me parece injusto porque en el fondo aparta a la mujer de
las mismas oportunidades laborales que el hombre; me parece injusto porque
aparta al hombre de su derecho a ejercer con ternura y responsabilidad la
custodia de esas vidas con que el Señor nos regala a los padres. Me parece
injusto y retrógrado infundir en los pequeños la imagen de épocas pasadas y que
creo que hay que superar. Es tan injusto y doloroso como que se conceda la
custodia de la prole a las madres por el mero hecho de serlo.
Yo soy de Santander, pero vivo en un piso en Madrid, no en
una cueva como la de Altamira. Mi época no es el Magdaleniense, vivo en el
siglo XXI. No salgo a cazar bisontes, ni mi mujer se dedica en exclusiva al
cuidado de las niñas. Ambos luchamos por ellas, ambos nos desvivimos por ellas
con el amor y la ternura con los que hemos sido dotados de manera individual, y
que se ven acrecentados como matrimonio. No hay Mamuts por la Castellana. La
vida es quizás más compleja y el género humano ha evolucionado desde entonces.
Ni siquiera he visitado las del Soplao porque no me seduce nada la idea de
meterme en una cueva; lo encuentro regresivo. Soy así, qué le voy a hacer.
Pero no soy tan raro. Son muchos los casos, como el nuestro,
en los que los padres por igual transmiten la fe a sus hijos; como hay casos en
los que es la madre quien lo hace, o es el padre. No es una cuestión de sexo.
Es precisamente eso, una cuestión de fe y ésta es un don independientemente del
sexo; es una cuestión de responsabilidad, y ésta es independiente del sexo; es
una cuestión de ternura, y ésta es independiente del sexo; es una cuestión de
educación, y ésta es –o debería ser- independiente del sexo.
Debo de ser rarísimo, pero soy un hombre,
soy padre y soy tierno. Y me encanta.