Parroquia Redentorista de la Inmaculada en Santander, aquella
en la que di mis primeros pasos en la fe de la mano de mi madre, el paisaje
natural de mi infancia. Jueves Santo, 22:00 h. Hora Santa dirigida por el P
Eulogio; la imponente voz del P Eulogio CSsR. Es una estupidez, pero se me
antoja que San Pablo debía tener la voz de este sacerdote, al menos igual de
imponente. Una nadería, lo sé, pero de esas que especian el día a día.
Su voz iba envolviendo cada frase de la meditación,
acariciando el alma, meciendo la conciencia, preparándonos a cada uno de
quienes acompañábamos al Señor en el Monumento. Su voz y sus palabras nos
empujaban a adentrarnos en el Misterio. A un lado, la estatua de San Alfonso Mª
de Ligorio contemplaba la escena.
No adorar a nadie más que a Él. No sé. Yo simplemente he
sentido Amor, el infinito Amor que le llevó a entregarse, a regalarnos la
Redención; el eterno tierno Amor de regalarse en el Pan y el Vino. Se quedó con
nosotros, en nosotros, en el Pan, físicamente real. Y la voz de Eulogio nos
paseaba por el Misterio.
No adorar a nadie más que a Él. No sé. Yo simplemente le he
ofrecido mi Amor. Y en ese aceptar y ofrecer Amor me he visto pidiendo de
manera casi automática, casi inconsciente, por María, Toya, Paula, mi madre.
Este año especialmente por Toya que le recibirá por primera vez. Y por una promesa.
No adorar a nadie más que a Él. No sé. No sé si adorar,
porque fundamentalmente he pedido, he seguido pidiendo. Por los jóvenes que de
distintas parroquias o santuarios Redentoristas de España han salido a las
Pascuas y, especialmente, por aquellos a quienes les ronde el soniquete de Su
voz para que se animen y como María digan un gozoso Fiat. Valor y oración para
ellos. Y por los sacerdotes; y por quien vaya a Tirana, quien sea. Por los Imisioneros. He pedido por mi Comunidad del Perpetuo Socorro de Madrid que este año
vive estos días, caminando hacia la Pascua, animados por los Laicos
Redentoristas.
No adorar a nadie más que a Él. No sé. Si yo continuaba
pidiendo; pidiendo por todos aquellos que han muerto por ser Cristianos, por
todos aquellos que arriesgan sus vidas por la Fe, porque su propia
perseverancia es en sí misma un gigantesco acto de Fe. Por poder adorarle cada jueves.
Y para cuando el párroco, el P Victoriano González, nos
despedía animándonos a unirnos a los Laudes de mañana, yo comenzaba a ser
consciente de que la compañía es Adoración, una sencilla Adoración. Me he dado
cuenta de que pedir es un acto de Fe, de que pedirle a Jesús Sacramentado no es
otra cosa más que Adorarle.
Sí, a nadie más que a Él.
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