Acabo de escuchar en el telediario que una empresa japonesa
alquila familiares y amigos para bodas. Sí, familiares y amigos. Amigos que
hagan bulto, hermanos ficticios, un falso padre que te lleve al altar… Tristísimo,
simplemente triste. Incluso peor, pero el primer sentimiento que me produce es
tristeza. Porque a la tragedia de la soledad se le une la ficción como modo de
vida, la falsedad frente a los demás y la mentira a uno mismo. Demasiado.
Posiblemente Japón sea uno de los países donde se rinda más
culto al consumismo, donde el capitalismo asalvajado es capaz de generar
individuos enfermos de individualismo y ansias de construir una vida nueva
sobre los cimientos pantanosos de un espejismo antojoso. Imagino que en el país
de las tradiciones en el que el sintoísmo inoculó en el ADN generacional el
culto a la familia y los ancestros, la falta de parientes, hermanos, padres que empuja a semejante absurdo histriónico sea
un particular síntoma de la laicidad nipona. La sobreabundancia materialista enferma
de humanidad, de soledad. Muriendo de soledad.
En otro punto del mundo el hambre, la pobreza, la opresión
llevan a la desesperación en búsqueda de un futuro mejor sea como sea para
hijos, esposas, padres que se dejan atrás. Se recorren kilómetros, se sortean
fronteras para llegar del sur al norte, dejando la piel en inhumanas cuchillas
que cercan la silueta del sueño que les han hecho creer; se dejan vidas en el
camino, en la reseca tierra o flotando en el mar. Y todo por un futuro que en
la mayoría de los casos no es para ellos mismos, sino para aquellos a quienes
dejaron en sus lugares de origen. Muriendo de hambre.
Ambos son ejemplos del mundo que habitamos. Y yo lo veo
cómodamente sentado en mi casa, mientras mis hijas duermen y espero a que
llegue mi mujer que se agota a diario por conseguir un futuro aún mejor para
nuestras hijas. Y hablo con mi madre a diario por teléfono, y hoy lo he hecho con
mi hermana. Y he estado esta tarde en PS que es como mi casa, como nuestra
casa. Con las durezas personales, con las crueldades de las nimiedades
cotidianas, con nuestros anhelos y nuestros egoísmos no somos más que unos
auténticos privilegiados. Porque nos tenemos, porque tenemos una Familia,
amigos, gente a la que querer y que nos quiere; porque sabemos que hay un Dios que nos quiere
hasta el extremo de encarnar a su Hijo y entregarlo por nuestra Redención.
Esta tarde, en PS he rezado vísperas “Sed, en una palabra, imitadores de Dios, como hijos amados que sois. Y
vivid en el amor a ejemplo de Cristo que os amó y se entregó por nosotros a
Dios como oblación de suave fragancia”; pero no puedo evitar pensar en toda
esa gente que tiene de todo y son unos pobres miserables, en tanta gente que no
tiene NADA y que por buscar qué dar de
comer a sus hijos se deja hasta la piel en unas cuchillas…
Y yo voy con fe, con esperanza, con alegría
caminando a la Pascua. Cuando flojeo me fortalece la fe de mi mujer, la fe de
tantos hermanos de mi Comunidad. Scalando en familia a la Pascua. Pero hoy
pienso en los solitarios y en mi sobreabundancia de Amor; pienso en quienes por
morir de hambre tienen sus manos sangrando y miro las mías y las veo demasiado
blancas. Hoy me acuesto pensando que quizás un simple no balconear no sea
suficiente. Y pienso en unos opulentos sin familia y en unos pobres extremos con familia.
Si no nos ensordece el silencio de los solos, si no nos mueve las entrañas el hambre de los hermanos ¿Cómo habremos de vivir el amor a ejemplo de Cristo?
Y si nos ensordece, y si nos mueve... ¿Qué hacemos?
Y si nos ensordece, y si nos mueve... ¿Qué hacemos?
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