El Papa Francisco proclamará la santidad de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Yo nací siendo Pontífice el siervo de Dios Pablo VI. Es
obvio que no siempre se es consciente de cómo uno llega a donde está, la
génesis real de los acontecimientos, los pasos a menudo tortuosos de la
historia; la propia voluntad se va conformando en unos entornos familiares,
geográficos, sociales concretos, incluso a pesar de habernos convertido en una aldea global. Esa voluntad tiene connotaciones propias y otras inconscientemente adquiridas.
Por todo lo anterior es siempre sano tomar distancia, incluso de uno mismo, para poder ver la
historia y la intrahistoria personales con perspectiva, tomar distancia de uno mismo para
poder llegar a verse plenamente invadido, tomado, acariciado por el Misterio.
Solamente desde esa perspectiva somos capaces de ver que también -o especialmente- en los más bajos momentos
se nos ofrece la mano de Dios y permanecemos, sin saberlo, bajo la amorosa
mirada del Padre. Porque rotos, más que vernos a Sus pies, es a nuestros pies donde encontramos a Cristo. Y en esas, aunque con la mirada fija en la Meta y el camino previamente marcado por Cristo, la realidad es que uno va caminando y tomando, como puede, sus
decisiones, va tropezando, irguiéndose, perdiendo la vereda y recuperando el
camino: viviendo, scalando a la Vida.
Soy consciente de la importantísima influencia
de Juan XXIII en la Iglesia actual, en la Iglesia tal como la vemos, vivimos y
conformamos hoy. Lo sé, aunque no es la intención que tengo hoy hablar del Concilio Vaticano II que él convocó. Hoy quiero hablar de “mi” Papa durante la mayor parte de mi vida, que ha sido Juan Pablo II, agradecer su Vida, agradecer que nos recordara incansablemente que todos somo llamados a ser santos. Mañana, domingo 27 de abril, será
canonizado (ambos lo serán), ergo no tengo más que opinar al respecto. Las devociones son muy
personales, pero mi Iglesia le declara santo, con lo que las opiniones que cada
uno pueda tener al respecto son nada. Lo es y punto. Y los santos lo son en el
cielo y se gestan en la tierra y dentro de la Iglesia. Estos días se vienen leyendo y escuchando
opiniones para todos los gustos y muy pocas exentas de cargas ideológicas que
acaban por emponzoñar las buenas intenciones de cada quien. Es un hecho.
Lo curioso en mi devenir es que Juan Pablo II ha sido durante
muchísimo tiempo el cura más influyente de mi vida; eso, si se piensa bien, en
el fondo es bastante triste. Una influencia alegre, gozosa y sana, por mucho
que yo me empeñara en jugar al escondite y desconectar los audífonos. Son
muchos, muchísimos, los recuerdos íntimos que aún me emocionan, especialmente
uno en la Plaza de Colón de Madrid. De su obra escrita conservo con especial
cariño la Carta Apostólica a los jóvenes de 1985, la Encíclica Redemptoris
Missio y la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. La primera me quitó el sueño
durante demasiado tiempo, pero de entre las oscuridades personales la Luz
consiguió abrirse paso y el Espíritu acabó por brillar, en María, con mis hijas
y Scalando en Familia, en una Familia impagable. No son sino las tinieblas las que no
acogen la Luz que vino al mundo, parafraseando a Juan. Como escribí hace
algunos meses al P. Pedro López CSsR “Los
planes que uno puede hacer son nada cuando el Señor propone con claridad los
suyos, y cuando lo hace enmarcándolos con nitidez en una historia de Amor, uno
sólo puede entregarse con gozo”. En mi historia siempre habrá dos curas
fundamentales uno es santo, el otro, como todos, está en ello.
Hoy le doy gracias a Dios por la vida de quien fue mi cura,
Juan Pablo II, le doy gracias a Dios por Juan Pablo II en mi vida y en la vida
de la Iglesia. La Luz se abre siempre paso entre las sombras. Le doy gracias a
Dios porque nos enseña que un santo no es un ser permanentemente beatífico,
gracias por que nos regala también hoy con ejemplos de santos cargados de
defectos humanos, gracias porque nos muestra que seguir a Cristo, vivir el
Evangelio se puede hacer con las debilidades de cada uno, abrazándolas y
venciéndolas a cada paso.
Hoy quiero quedarme con tres ideas:
· 1.- Redemptoris
Missio: Las Iglesias de antigua cristiandad, ante la dramática tarea de la
nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a
los no cristianos de otros países si antes no se preocupan seriamente de los no
cristianos en su propia casa.
· 2.- Ecclesia
de Eucharistia: El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete- no
consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su
integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús
apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de
la Misa.
· 3.- Carta
Apostólica a los jóvenes del mundo con motivo del Año Internacional de la
Juventud: Si tu, querido hermano, quieres hablar a Cristo adhiriéndote a toda la
verdad de su testimonio, por una parte has de “amar al mundo”…/… y, al mismo
tiempo, has de conseguir el desprendimiento interior respecto a toda esta
realidad rica y apasionante que es “el mundo”.
Pues eso, que misión ad intra y ad
extra, Misterio eucarístico y Amor al mundo.
Gracias, Señor, por la Comunión de los Santos.
Gracias por este artículo!!! Realmente profundo, íntimo y precioso.
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