Se ha
muerto a consecuencia del cáncer, como tantos otros fallecen cada día por esa enfermedad. Eso
no le hace especial. Se ha muerto en paz y con fe. Me alegro por ello, porque
es además un ejemplo; como tantas otras personas mueren de lo mismo, en paz y
con fe.
Lo que,
siempre desde mi personal punto de vista, sí le hace especial, sí que hacía
especial a Iñaki Azkuna es que era una persona íntegra, lo que le hacía ser un
político íntegro. No hablo de política, ni de ideología, ni de colores. Cada día
fallecen personas muy distintas y a todos les alcanza la sobreabundante Redención.
No es eso. Es la honestidad, la integridad más allá precisamente de la propia
política lo que hacía enorme a este hombre. Cuando nos vemos inmersos en una
cultura de mínimos, en una sociedad light en la que pensar diferente es casi
una aberración, donde hablar de la vida en una Universidad es motivo de
escarnio, la actitud vital, la trayectoria personal del Alcalde de Bilbao se
yergue como un faro de luz en una profesión necesitada como nunca de claridad. Que
fuera nacionalista vasco, leal a España y a la Corona es la expresión
patente de que cualquier persona puede mantener su integridad, coherencia y
conciencia limpia en cualquier entorno. Si abundaran los políticos, de
cualquier ideología, con tal carta de presentación muy posiblemente las cosas
fueran diferentes en esta España nuestra. Íntegro, coherente y admirador de otro bilbaíno, Don
Miguel de Unamuno, ahí es nada.
Pero es
que, oh casualidad, Azkuna era un hombre de fe: “Cristo salió a buscarme, me
encontró y me llamó. Y desde entonces ni Él me ha dejado a mi, ni yo a Él”.
Pues eso, que es una pena. Personalidades así
escasean y ya hay una menos. Una pena y una alegría porque no es el mejor
Alcalde del mundo, es simplemente Iñaki quien ya se ha encontrado cara a cara
con su Redentor. Que descanse en Paz.
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