Me asombra la fe de José. No sé hasta qué punto comprendió inicialmente
lo que el ángel del Señor le dijo en sueños. Pero lo asumió, obedeció y fue
fiel. María confió; José confió. Se convirtió en padre del Hijo del Padre con
todas las de la Ley por una cuestión de confianza, de fe, de Amor. Educó junto
a María a Jesús, de modo que imagino que el propio niño, como cualquier otro,
iría adquiriendo giros, posturas, ademanes, expresiones de su padre. José le dio
su estirpe, su casa, su historia y su intrahistoria, sí, pero más allá, muchísimo más allá, se dio a sí mismo por entero siendo el
padre de aquel chaval.
Admirable, simplemente admirable y mi fe palidece ante la
suya. Pero ¿qué me decís del Amor de Dios por el hombre? Es un Amor inaudito,
entregándole a su propio Hijo, al que no le ahorra ni una gota de Sangre por
nuestra Redención. Amor y confianza. Hace a su Hijo uno de los nuestros, un
hombre más, en el misterio de la Encarnación. La da una Madre, María, la
siempre virgen, y lo confía a un padre, José. La confianza de Dios en José es
otro hecho extraordinario, es la confianza de Dios en la humanidad. Confía en
él para educar y criar a su Hijo, para formarle, reprenderle, amarle… confía en
José para que sea el padre de su Hijo. José representa la ternura del Padre, de
cualquier padre, y representa la confianza del Señor en el hombre.
Esa confianza en la humanidad que se repite cada vez que un
espermatozoide fecunda un óvulo y comienza un nuevo ser humano a dar sus
primeros pasos en la vida carnal, que en un inicio más que pasos son divisiones
celulares. Confianza reiterada cada vez que un padre coge en brazos por primera
vez a su hijo; lo coja en brazos recién nacido o recién adoptado. Cada vez que a
un hombre el Padre le convierte en custodio de una vida le convierte en cierto
sentido en heredero de San José; heredero de la confianza de Dios.
Regalo, don, responsabilidad… AMOR. No es otra cosa. Simple y
llanamente Amor. El matrimonio es, además de un sacramento, un signo de
desprendimiento de uno mismo hacia el otro, un camino de santidad en el que te
anonadas por el otro; en este sentido, y por extensión, la paternidad es un
regalo de Dios que constituye un servicio a Dios en el hijo, un servicio a la
humanidad y a la sociedad. Uno ya no existe; existe en su cónyuge y sus hijos,
por y para ellos. El padre, junto a la madre, se convierte en transmisor de
ternura, cultura, historia, calor, valores... Cada padre es un artesano de los cimientos
de la sociedad del futuro; una especie de amanuense del futuro porque contribuye a
escribir un escrito ajeno: de la mano de Dios y en la libertad del hijo los
renglones de una sociedad nueva.
Será sacrificado pero ¡qué maravilla de sacrificio! Los
brazos de mis hijas al despertarlas, como cada mañana, alrededor de mi cuello,
sus caritas entregándome los regalos que han venido haciendo en el colegio son
instantes que quisiera guardar y poder abrir en el futuro, cuando ya no
recuerde ni mi propio nombre, y poder recordar al menos el calor del Amor.
Desde ese Amor recuerdo hoy a todos los padres que sufren por
no poder ofrecer un futuro seguro a sus hijos, por no poder alimentarlos; a
todos los que hacen lo humanamente posible por ellos, saltando vallas,
cambiando de mundo, de país, de idioma y de color abriendo brechas por cuyos
resquicios dejar vislumbrar un futuro incierto aunque siempre mejor. Recuerdo a
los padres que no están con sus hijos porque trabajan legítimamente por la
seguridad nacional. Recuerdo a los Padres que tienen como hijos a una ingente
feligresía, que nos acompañan, nos casan, nos entierran, nos bautizan, nos perdonan en nombre
de Cristo y nos ofrecen el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, porque por ser
padres muchos los vemos como eso, de nuestra propia Familia.
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