Yo he visto la alegría, la paz y he mirado con serenidad al
fondo de sus ojos. He escuchado la voz del Señor de su voz, me he cogido a Su
mano de su mano. He visto el cansancio del Señor en su entrega. He sentido el
Amor de Dios y visto Sus huellas. He visto la grandeza y la riqueza de unos
zapatos rotos mostrando lo hermosos que son los pies del mensajero que anuncia
la paz. He visto lo fiel que es Dios en lo humanos que son tantos. He visto la
Roca del Señor en la debilidad. He visto la ilusión de los jóvenes y la
juventud de muchos ancianos. He visto la misericordia de Cristo en la paciencia
inagotable.
Lo he visto y lo veo a diario. Con naturalidad, con un cierto
orgullo y en Familia. Me emociona ver cómo mis hijas están en Familia, cómo los
cuatro vamos scalando en Familia. Hermanos, amigos, padres. Scalando a su lado,
con y entre ellos. Nuestras manos, tiempo, ilusiones y cariño. Familia. ¡Gracias San Alfonso!
Pero además los he visto entre los niños educando, en la clausura, entre los jóvenes, con los enfermos, con los ancianos, entre los
indigentes, con prostitutas, con recién nacidos, con moribundos… siempre con
los más débiles. Con todos y para todos. Hombres y mujeres. Y he mirado con
serenidad y admiración al fondo de sus ojos y he visto la alegría y la paz.
Mirarles a los ojos es mirar a los ojos a Cristo. Y cuando eso ocurre uno no se
siente, como podría ser normal, pequeñito; al contrario. Uno se llega a sentir
grande, importante y fuerte. Porque la fe se propaga y acrecienta por contagio
y la suya, sólida, firme y generosa es un acicate para todos.
¿Qué decirles hoy a los Consagrados? ¡Qué
les voy a decir…! GRACIAS
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