Servir:
1.
Estar al servicio de alguien.
2. Estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él
quiere o dispone.
3.
Aprovechar, valer, ser de utilidad.
4.
Ser soldado en activo.
5. Dar culto y adoración a Dios y a los santos, o emplearse en los
ministerios de su gloria y veneración.
Las anteriores son solamente algunas de las
acepciones que nos ofrece el diccionario de la lengua de la Real Academia
Española. Según esto todos y cada uno de los recientemente nombrados cardenales
por el Papa Francisco definitivamente sirven para servir. De los 19, de quien
más conocimiento tengo es de Monseñor Fernando Sebastián, el arzobispo emérito
de Pamplona, y no deja de ser un conocimiento meramente superficial porque ni
siquiera he leído uno sólo de sus libros. Acabo de escuchar la rueda de prensa
organizada con motivo de su nombramiento y me he encontrado con un joven de 84
años. Creo que es exactamente eso. Cierto es que un joven un tanto especial por
su fe, sentido del humor, inteligencia, tino, ideas claras, integridad,
paciencia, humildad, disposición de servicio, amén de la energía y mesurado
valor para defender alto y claro sus convicciones que no son otras que el propio
Evangelio. De lo anterior mucho más que muchos jóvenes y, además, enriquecido por la
impagable sabiduría otorgada por el transcurrir de los años.
Simplemente un botón de muestra, pero me he
querido fijar en él por su edad. Sus cualidades y años de servicio a la Iglesia
ahí están. Sin sesgos. Pero su nombramiento, como el de los otros dos
arzobispos eméritos, viene a reforzar la realidad de que el Papa predica con el
ejemplo. Cada vez que ha hablado de la cultura del descarte refiriéndose a los
ancianos se hace ahora realidad: su homilía en Santa Marta del 19 de noviembre
en torno al anciano Eliazar, la lleva ahora a efecto; “un pueblo tiene futuro
si va adelante con la fuerza de los jóvenes y con los ancianos”, palabras
pronunciadas por Su Santidad en pleno vuelo a Río de Janeiro camino de la JMJ,
pues aquí tenemos su praxis… los ejemplos son tan numerosos como contundentes y
estos nombramientos lo llevan a la práctica.
Predica con claridad meridiana en las palabras,
la fuerza de los gestos, la contundencia de la realidad y una coherencia tan
sólida que sólo puede ser inspiración del Espíritu; como lo fue su elección.
Quizás no verlo así sea producto de esos
impulsos que sólo pueden ser atemperados por el paso de los años. Creo que fue Jean Jacques Rousseau quien, en pleno siglo de las luces, dijo que la juventud es el tiempo de estudiar la sabiduría y la
vejez el de practicarla. Pues eso, que a practicarla, porque sí, sirven para
servir.
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