“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo” (Marcos 6,
50). ¿No habéis necesitado nunca recordar esto? Pues yo sí. Necesito hacerlo
presente más que recordarlo; más que traerlo a la memoria es hacerlo real lo
que necesito. Sentirme y saberme bajo la mirada de Dios, paternal, tierna y
cálida.
Quizás sea por eso que, siempre, lo que más
me ha asustado es la normalidad, lo que más me ha costado es la normalidad. No
es que necesitara de zarzas ardiendo a cada paso, que no; pero sí pararme en la
cotidianeidad, en la rutina y verle en lo pequeño, en las nimiedades diarias. Y
a veces me costaba, mucho. A veces me cuesta.
Soy un tipo raro, lo reconozco, y lo mío no
es que sean dudas; no sé si será bueno o malo, pero no me asaltan grandes dudas
existenciales, ni de fe, ni de transcendencia. Ni me asaltan ni me preocupa no
tenerlas. Procuro verlo todo de una forma mucho más fácil; en el fondo debo ser
muy básico. Lo que me preocupa es perderme en la inercia diaria. Dejar de
verle, de saberle, de sentirle. Pararme
a lo largo del día es el mejor método para sentirme bajo su mirada: las horas.
Bien cómodas con iBreviary en el Smartphone. Y es en Completas, con la casa en
silencio, cuando tantas veces me siento un pobre torpe; nada más que eso.
Tantas veces en la Adoración, ante el Sagrario o en la intimidad de corazón a
Corazón al final del día brilla con fuerza una de mis principales
características: la torpeza. Porque es sólo entonces cuando contemplo que la
normalidad, la cotidianeidad, la rutina, lo pequeño, las nimiedades diarias están
mecidas por la mano de Dios. Él siempre ha estado ahí. Siempre está ahí.
Soy raro. No doy un grito ante un fantasma.
Es no verle lo que me asusta, no sentirle, no saberle lo que me da miedo. No es
lo que me pida sino no oírle lo que me asusta. Es exactamente eso, porque
Señor, tu siervo escucha.
Y dicho esto me pregunto ¿seré capaz de ser
remanso de paz, faro de luz, refugio de esperanza, punto de seguridad para
otros? Al menos ¿seré capaz de suscitar preguntas o respuestas? Sé que algo de esto,
un poco de cada, quizás, lo soy para mis hijas. ¿Y para los hermanos…?
En fin que
¿quién dijo miedo?
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