Redondo. Un fin de semana redondo. Familiar, en comunidad y sintiendo
al Señor envolviéndolo todo; sintiendo la mirada sonriente del Señor sobre
nosotros.
Una Eucaristía especial y en Familia. Un regalazo. Una mesa
en Familia. Y, aunque yo fuera de rondón una suerte de punching ball dialéctico, prefiero hacer un guiño a Santo Tomás
Moro y tomarlo con sentido del humor. Comunión.
Y la del domingo otra Eucaristía en Familia. Festejando a las
Paulas. Con aperitivo en Familia: padres, niños y algún abuelo. Con el Señor por
la Plaza de Olavide. Comunión.
“¿Está dividido Cristo?”
Pues no, va a ser
que no lo está.
Y por lo familiar, normal y pausado, ha sido uno de los fines
de semana a conservar en la memoria con luces de neón. Uno de esos que nos serán tan útiles de recordar cuando los momentos no sean tan buenos o armónicos.
Porque saberse amado por el Señor no debería olvidarse nunca. Y nos ama tanto
cuando las cosas van bien como cuando la tormenta descarga sobre nosotros. No
deberíamos olvidarlo jamás. Gracias Dios mío por ser tan afortunado.
Pero hay demasiados que aún no lo saben. Hay demasiadas
personas que aún no saben que son amados por el Creador. Demasiados ignoran que
sus nombres están inscritos de manera personal e individual en las palmas de
sus manos. Pues, así como hubo un momento en la historia en el que la expresión
francesa noblesse oblige tuvo una
plasmación práctica real, la fe, aquella que es plenamente vivida y radicada en
un encuentro personal con Cristo, ha de tener como consecuencia natural una
explosión centrífuga de propagación de la Buena Noticia. Una suerte de foi oblige. Propagar por contacto,
contagiar con la propia vida. Gracias Señor por todos aquellos que acrecientan mi fe con su ejemplo y con su vida.
¿Lo hago? ¿Lo hacemos? Pues a espabilar y manos a la obra.
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