Qué subidón de Adoración en Colón, por decirlo de una manera
coloquial. Mi familia al completo está en Santander y esta tarde me lancé a la
calle de paseo; al pasar por la Plaza de Colón, me metí en la carpa donde se ha
estado desarrollando durante 33 horas seguidas la Adoración al Santísimo, y me
quedé sorprendido de la inmensa cantidad de gente de todas las edades, pero
sobre todo jóvenes de toda condición. Estuve allí un rato y salí con la
intención de regresar por la noche, pensando que habría mucha menos gente. ¡Qué
iluso!
Volví sobre las once y media y de nuevo tuve que sentarme en
el suelo. Impresionante, realmente impresionante. La custodia elevada en un
monumento blanco y a sus pies, flores, velas y la Sagrada Familia. Ni una sola
silla libre y casi sin hueco donde sentarme sobre el suelo. El turno de
adoración lo dirigía un grupo de jóvenes de la Parroquia de San Germán de
Madrid. Sin palabras, no tengo palabras. La sencillez, la profundidad, la naturalidad, el
respeto y la sensación de familia eran sobrecogedoras. Yo llevaba ante el Señor
a mi mujer, mis hijas, mi madre, mis hermanos, a un amigo y de manera muy, muy
especial a mi ahijado. Entre meditación y meditación me vi entonando canciones
para mí más que conocidas.
Meditaciones, música, gente entrando y saliendo con la
normalidad de quien anda por casa y mis pensamientos. La carpa abovedada con
estrellas sobre el Santísimo era una maravilla. Uno va como va, y de repente se
hace el silencio y todo adquiere un color especial, un sonido especial, brilla
la Luz, reina la Paz y las piezas del puzzle se recolocan armónicamente. Mis pensamientos, las "Visitas al Santísimo" y los hijos de San Alfonso Mª de Ligorio... Con el
transcurrir del tiempo algunas sillas quedaron vacías, pero yo estaba cómodo en
el suelo y pensé en una alfombra roja… ¡le llevaba también a una enorme
Familia!
En el suelo, a ratos de rodillas, a ratos sentado según el
entumecimiento de las piernas. A sus pies. Tenía justo frente a mi la talla de
la Sagrada Familia. Era como estar ante el Pesebre y ante la Cruz a la vez. Le
miraba y repetía en silencio “Jesús ¿me oyes?” como San Alfonso anciano.
Había un par de confesionarios de los de la JMJ de Madrid
2011 y el Señor fue bueno conmigo. Me levanté para ir a confesarme. Yo no veo
muy bien, y en penumbra aún peor, de modo que no me di cuenta de que conocía a
aquel joven sacerdote hasta que estuve frente a él. Sus manos sobre mi cabeza.
El Señor fue bueno conmigo. Me levanté para arrodillarme de nuevo porque ya
retiraban el Santísimo. Era casi la una de la madrugada. Continuaron los cantos
y me vino a la cabeza una frase que suele decir siempre el sacerdote
redentorista que celebra los domingos la misa de las familias en la Parroquia de la Inmaculada de Santander: “que
todos seamos una misma familia”. Todos los desconocidos que allí estábamos éramos
una misma familia.
Salí de la carpa y me encaminé hacia la calle de Génova
dándole gracias a Dios. Adorando en familia. Scalando en Familia.
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