A estas horas posiblemente ya han encontrado, por fin,
posada; quizás sea José el más nervioso, el más preocupado, que María casi
seguro piensa ahora en el Niño. José en los dos: en su mujer y en su hijo. Sí,
su hijo, porque aunque sea el Hijo de Dios, el Dios con nosotros, ese bebé que
está a punto de nacer es su hijo, lo hizo suyo, lo asumió como propio. Ni el
progenitor 1 o progenitor 2, simple y llanamente su padre, y María su mujer.
Dios se encarnó en María y José lo hizo suyo y le dio una estirpe y una
genealogía que lo entronca en la historia del hombre, y está muy bien y según
estaba escrito, pero sobre todo le proporcionó el calor de una familia completa
y el amor y la ternura también de un padre. El sí de María es el fundamental,
pero sin el sí de José todo habría sido diferente; sólo Dios sabe por qué quiso
que su hijo naciera con madre y padre. No creo que fuera por convencionalismos
de la época, ni siquiera de quienes escribieron la historia, que es, de entrada,
bastante poco convencional, lo suficientemente sorprendente como para haberse
saltado cualquier otra norma establecida.
Dios nace niño, tierno, indefenso y habiendo su padre
encontrado cobijo casi en el último momento. Nace dependiente como cualquier
bebé y además pobre. Lo pequeño y lo más humilde es en realidad lo más grande.
Y lo hace así por cada uno de nosotros. Lo curioso es que es el Dios con
nosotros desde el minuto 0 de su concepción y fue pasando por todas las fases
de desarrollo hasta ver la luz, agarrarse al pecho de su madre y sentir el olor
de la paja y los animales que calentaban el lugar. Aquel lugar fue el cielo en
la tierra.
Yo quiero estar hoy allí adorando al niño; asombrado por la
fortaleza de María y la fe de José. Adorando a un Dios llorón y meoncete que
nace por todos. Un Redentor al que hay que cambiar los pañales. No voy sólo, lo
hago con mi mujer y mis hijas, le llevo a mi madre, mis hermanos (repartidos en
tres puntos de la geografía nacional), mis sobrinos, mi Comunidad; cada uno
puede ir por su lado, pero yo los llevo conmigo. Y este año, de manera especial
a Bárbara y a Josefer como ejemplos brillantes de superación; a Carlos que vive su Navidad en tagalo; a un alma buena
que camina en pos de su entrega; a Marcelo, Bryan o Manuel tan cerca estando tan lejos; a Gonzalo, Mati, Asun, José Luis, y Ramón; iCongreso. Todos a sus pies ante el Pesebre, y la Primera Comunión que recibirá Toya, y quizás Astorga de nuevo, y quizás, quién sabe, un Espino y...
Ojalá encuentren el calor de la Luz de ese Niño todos los que
no tienen trabajo, los que están solos, tristes y enfermos, los empresarios que
crean riqueza y empleo justamente, los sacerdotes cansados, las religiosas que
se sienten agotadas, los niños maltratados, explotados o abandonados, los
padres que sufren por no poder alimentar o vestir a sus hijos, los emigrantes
que arriesgan su vida por un mundo mejor y no encuentran posada en el nuestro…
Ya no queda casi nada. María estará recostada; José, todo un
manojo de nervios sin saber muy bien qué hacer, quizás se vaya afanando por
encontrar algunos paños más o menos limpios... Y yo simplemente estoy deseando ver la carita de ese
bebé, abrazarle y regalarle manos, ojos, voz, tiempo para que aquellos que se
encuentren conmigo en el 2014 puedan conocerle un poquito, que tengan noticias
de Él.
Tengo la suerte de esperarle y de hacerlo un año más en
Familia; allí, en PS, iremos a adorarle en la misa del gallo. Seremos
muchísimos, como cada año. Pero como cada año nada valdrá de nada si antes no
le dejamos nacer en nosotros. Aún tenemos horas para prepararnos…
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