Y el “blasfemo” sanó a un paralítico. Impresionante esto de
los milagros, porque no se trata de qué es más fácil decir o creer o hacer, se
trata del poder de Dios, que lo mismo se salta a la torera las leyes físicas a
las que nuestro entendimiento alcanza, que va y perdona los pecados.
A mí lo que más me impresiona es esto del perdón de los
pecados; me impresiona y me maravilla la fuerza del Amor que le lleva a
perdonar. Me impresiona y me maravilla el engranaje ministerial que nos dejó
para asegurarnos ese perdón. Él llama y ama y perdona y nosotros hacemos oídos
sordos y renegamos y caemos y vamos de nuevo en busca de unas manos sobre
nuestra cabeza que pronuncien las palabras liberadoras y sanadoras. Quien
experimenta de verdad, con la radicalidad sacramental de la fe, ese perdón, no
puede sino maravillarse agradecido.
El perdón. No un perdón hueco, “social”, forzado, educado…no,
un perdón radical, visceral y fruto del Amor. ¿Somos capaces? Pues sinceramente
creo que estamos también programados para eso, es sólo que o no nos lo creemos,
o no es políticamente correcto, o sencillamente no amamos lo suficiente. Y sí,
todos somos capaces. Es cuestión de Amor. Divinizar el perdón humano es hacerlo
sincero por Amor. Perdonar a quien nos ha ofendido; puede no ser fácil. La
soberbia, en ocasiones, nos hace más duros cuanto más amamos al ofensor, porque
no lo hacemos bien, nos anteponemos, partimos de nosotros como centro no del
Amor, de Cristo. Ejercido el perdón de esta manera creo que es no solamente
liberador, es un acto de plena libertad, de humildad; engrandece porque nos
abaja ante el otro. Perdonar, en cierto modo, nos pone a los pies del ofensor.
Cuesta verlo así; incomoda verlo así. Sin embargo, cuando yo he caído, no es ya
que me pusiera a los pies de la Cruz a pedir perdón, es que antes ya me había
encontrado a Cristo a mis pies ofreciéndomelo.
Y como yo me he visto de ese modo me he propuesto, como
humilde ejercicio de Adviento, como suelta de lastre para abrazar con
tranquilidad, con Paz al Niño, simplemente perdonar. Perdonar sin que me lo
pidan, pero de verdad, con el corazón, desde la Cruz, desde mi cruz, desde un
Pesebre aún vacío. No es otra cosa que amar.
Recuerdo el funeral de la madre de una amiga en el que
pidieron también por su padre que había muerto muchos años antes y por los asesinos de
su padre, etarras. Presidía un hijo sacerdote, y no fue una petición meramente formal, fue una petición absolutamente sincera. Hicieron divino el perdón
humano por Amor. No hay otra.
Pues ese es uno de mis propósitos. No será fácil del todo,
pero cuento con la fe y con una “aliada” de excepción: Santa María del Perpetuo
Socorro. Precisamente hoy, traído por Amor, ha llegado a su Santuario de
Madrid, a PS, un Icono con su imagen hallado entre los escombros de Tacloban,
Filipinas. Digo que por Amor, porque lo encontraron miembros del SAMUR que por
Amor se trasladaron a socorrer a las víctimas de Yolanda, a prestar sus manos
como la de María cogiendo la del Niño.
Propósito como primer peldaño, al que uno una resolución
firme de la mano de María y la mirada en aquel que decía blasfemias... De esta
manera quiero ir este año scalando al Pesebre. ¿Alguien más se apunta?
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