Mientras en Madrid se celebraba
la festividad de Nuestra Señora de la Almudena ,
nosotros íbamos camino de Cuenca, de peregrinación a la ciudad donde los seis
recientes Beatos Redentoristas sufrieron el martirio. Un día especial, 9 de
noviembre, porque se cumplían 281 de la fundación de la Congregación del Santísimo
Redentor por San Alfonso Mª de Ligorio.
No íbamos solamente
nosotros, éramos unas 160 personas de tres parroquias redentoristas de Madrid,
desde una bebé de meses a ancianos, aunque no voy a ocultar el frío vacío
que se sintió de una franja de edad determinada. Por quienes podrían haber
ocupado ese hueco recé en la
Eucaristía en la iglesia de San Felipe Neri, presidida por el
Sr. Obispo. Cada vez rezo más por ellos
ante el Santísimo.
No sé cómo llamarlo, la
verdad, porque siendo tres (Parroquia Santuario del Perpetuo Socorro, Parroquia
del Santísimo Redentor y Parroquia de San Gerardo) lo de peregrinación
parroquial parece quedarse corto. Lo cierto es que los nombres dan igual, fue
un día en Familia; un día de compartir, de Comunión. Un día feliz de
peregrinación y aniversario.
No fueron los innumerables
escalones que ascendimos (lo de “scalando” se hizo físicamente real), ni
siquiera los lugares desde donde sacaron a algunos de los beatos para matarles
lo que más me impresionó; lo que de verdad me impresionó vino más tarde.
A la noche, ya de vuelta en
Madrid, iniciando la preparación de una cena en PS, fallecía un anciano sacerdote
redentorista, el P Pedro Núñez. Yo no le conocía de nada, pero eso es lo de
menos, la fiesta ya sólo estaba en el cielo para recibirle. Me pareció
significativo el día, el ciclo de la
Vida en el seno de una Familia y la normalidad absoluta de la
muerte que no es fin sino principio; así al menos he aprendido a vivirlo yo.
Al día siguiente, durante la
misa de las familias, después de haber rezado un rato en su capilla ardiente,
me vi a mi mismo finalizar las preces, micrófono en mano, pidiendo por él y por
todos los redentoristas que entregan su vida por cualquier lugar del mundo
anunciando la Buena Noticia
de la Sobreabundante
Redención. Esos ataques de espontaneidad no son nada
frecuentes en mí; qué se le va a hacer. Al salir alguien me preguntó si yo le
había conocido mucho. Contesté, como siempre, con total sinceridad: “A él de
nada, pero conozco a tantos, la fe de tantos, la entrega de tantos que se puede
decir que en ellos le conocía a él”. Sí, reconozco que me miraron como quien ve
a un loco y no me importa lo más mínimo.
Lo que me impresionó de la
peregrinación llegó por la tarde, viendo las fotos del día anterior, la imagen
de un puente a rebosar, “soportando” a casi todos los peregrinos al tiempo. Todos
esos corazones latiendo por lo mismo, cada uno de su padre y de su madre, pero
ahí estábamos todos; por esos seis beatos redentoristas. Todas esas almas cruzando el puente. Ahí estábamos, en el
fondo, porque Alfonso de Ligorio tuvo una intuición que se había materializado
hacía 281 años. Yo con mi vértigo, sin las gafas y flanqueado por mi mujer y el P Damián, cruzaba tamaño puente 281 años después junto a
ciento cincuenta y tantos locos más. Y tras cruzarlo, una foto familiar casi como
de un primero de mayo.
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