Me encanta la claridad con
la que habla el Papa. Habla realmente claro, dejando abierta la idea, el pensamiento,
pero realmente claro; un lenguaje de andar por casa y una naturalidad
encomiables.
Parece que hay quien se
embelesa por lo que dice o por lo que quieren entender que dice; otros se
ofuscan, se molestan, dan un respingo de incomodidad. Respecto a los primeros,
quién sabe, quizás diga lo que quieren escuchar; no me preocupa. Respecto a los
segundos, tras algunas conversaciones con amigos y conocidos que dejaban
entrever esa incomodidad, poco puedo decir después de haber leído el magistral
artículo que ayer publicó Néstor Mora en un conocido medio digital, porque es
imposible describirlo mejor: el hijo fiel contrariado ante la llegada del hijo
pródigo. Demasiado yo, mi, me
conmigo. Pienso en unos y otros y casi los veo como las trifulcas de Pedro y
Pablo por las comunidades de Antioquía, allá como por el año 36, más o menos.
Todo es como un misterio en
el fondo. Yo, es que soy muy básico. No sé, quizás es porque en mi ADN
espiritual entró hace ya tiempo cómo un personaje de la talla intelectual de
San Alfonso “adaptó” el lenguaje, ya en su época (siglo de las luces), para que
nadie se quedara sin entenderle; puede que, si doy una vuelta de tuerca a la
imaginación, me parezca incluso contemplar a Alfonso de Ligorio poniendo
sensatez entre el rigorismo y la laxitud; o porque en cierto modo (en una amplísima
medida) llevo casi cuatro años empapándome (hasta hacerlos míos) de unos
conceptos muy similares y nada me resulta nuevo, salvo porque el sacerdote que
habla va vestido de blanco y es Papa; o porque me entusiasma que muchos
alejados o vuelvan o les ronde el camino de vuelta; o porque explicita de una
manera fresca la Iglesia
sanadora y de brazos abiertos. O por los “simples” conceptos de la ternura y el
Amor. La ternura de la
Redención sobreabundante.
Quizás nada sea nuevo,
simplemente de otra forma. Pero es que la forma también imprime novedad al
fondo; o la mera presencia de novedades provoca formas nuevas que iluminan la Vida a la Luz del Evangelio (la vida
actual, la de hoy) con una Luz que deja al descubierto TODAS las periferias
existenciales, sin exclusión de ningún tipo.
La primera vez que escuché
que esto no consistía en conseguir sellos en un salvoconducto para presentar a
San Pedro y entrar en el cielo fue un 26 de mayo, en una habitación
acristalada. Y pegué un respingo… pero no quedó ahí, sino que continúo con un
engranaje de palabras que no englobaban sólo frases o ideas, sino la verdadera ternura
del Amor de Dios. Ya, si es que he dicho muchas veces que yo soy no afortunado,
un privilegiado. Puede que mi tranquilidad venga de que, antes de esa fecha,
dejé al Señor entrar en mi vida con todas las consecuencias; y si le dejas
entrar es para sacarle a la calle y que los demás le conozcan. No hay otra. No se puede ir por la vida buscando seguridades propias para ir al cielo, creo que más bien compartiendo Amor.
Además de la experiencia íntima
y personal, cuento con ejemplos vivos. La experiencia de otros. Y con eso, si
nos fijamos bien, contamos todos. La
Palabra , Jesús Eucaristía y Cristo en el hermano. Si
decaemos, podemos fijarnos en esos ejemplos cotidianos y ayudar a llevar su
Cruz personal, o contemplar cómo la llevan, y dejarnos de tonterías dialécticas.
O ser ejemplo de cómo llevamos la nuestra. En la homilía de hoy en Santa Marta
el Papa ha dicho que “la prueba de que un
cristiano es un cristiano verdadero es su capacidad de llevar con alegría y con
paciencia las humillaciones”. No me dirán que no conocen a nadie. Pues yo sí,
la verdad. Y es un luminoso ejemplo ¿Cómo llevamos las nuestras? ¿Ayudamos a
llevar las ajenas?
Creo que lo más sano es
mirar a nuestro interior, igual descubrimos aquello que Francisco nos invita a
sanar, no porque lo haga él, sino porque nos invita cada día a inundarnos del Espíritu, a caminar con Jesús; a dejar que Cristo camine a nuestro lado. No como
un buenrollismo melifluo, sino mostrándonos, también con naturalidad, el camino
de la salvación.
Lindo, muy lindo artículo, Enríque.
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